Disfrutando juntos

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Por la mañana Liu Ao se despertó muy temprano. En un principio sólo notó el dolor y la rigidez del hombro amoratado y del brazo herido. En el cuarto todo era oscuridad y silencio. Sólo una levísima luz rosada penetraba por la alta ventana.

Lo primero que notó fue el olor de Fa Xiao. Estaba envuelto en su densa cabellera negra y un muslo del joven descansaba entre los suyos. En un momento olvidó todo malestar. Aspiró profunda, lentamente, y lo observó. Así, dormido y relajado, esos ojos no le gritaban su odio; su barbilla, floja e indefensa, resultaba suave y tierna.

Movió cautelosamente una mano para tocarle la mejilla. Era suave como la de un bebé, redondeada, sonrosada de sueño. Sepultó los dedos en el pelo, observando los mechones que se le enroscaban al antebrazo como un rosal trepador. Tuvo la sensación de haberlo deseado durante toda su vida. Le parecía irónico que siempre había odiado la idea de su compromiso, ahora no entendía el porqué. No tenía deseo alguno de apresurar sus placeres. Puesto que llevaba tanto tiempo esperando, decidió tomarse tiempo para saborearlo.

Cuando Fa Xiao abrió los ojos, Liu Ao no hizo ningún movimiento apresurado, nada que lo sobresaltara. Aquellos ojos grandes iluminaban toda la cara; le hicieron pensar en las gacelas del bosque de caza imperial. Cuando era niño, Liu Ao se las componía para acercarse subrepticiamente para observarlas; con el correr del tiempo los animales perdían el miedo.

Le tocó el brazo; deslizó por él los dedos hasta cogerle la mano y se la llevó lentamente a los labios. Se puso la punta de un dedo en la boca y lo miró a los ojos, sonriendo. Fa Xiao le miró con expresión preocupada, como si temiera perder por su causa algo más que la virginidad. Él quería tranquilizarlo, pero sabía que con palabras sería imposible; el único modo de hacerle comprender era despertarle reacciones adecuadas.

Cambió de posición para liberar sus brazos. De inmediato el menor se puso tieso. Él empleó una mano para retenerle los dedos y fue tocando las suaves yemas con los dientes y la lengua. Le deslizó la otra mano por el torso, ciñéndole la cintura, acariciando la cadera. Su cuerpo era firme, de músculos bien formados bajo la suave piel, no era como los musculos flojos de una mujer que no ha hecho más que ser femenino toda su vida. Sintió que suspiraba bruscamente ante la primera caricia en el pecho. Con mucha suavidad, dejó que su pulgar jugara con la rosada punta. Se fue endureciendo bajo su tacto, pero Fa Xiao no se relajaba. Liu Ao frunció algo el ceño, comprendiendo que así no llegaría a nada. Toda su dulzura no lograba sino ponerlo más tenso.

Deslizó la mano desde el pecho hasta el muslo. Inclinó la cabeza y la besó en el cuello, deslizando los labios por el hombro y por el pecho, mientras su mano jugaba con la forma delicada de la rodilla. Sintió que se estremecía con un poco de placer y sonrió, dedicado al pecho izquierdo. Pero frunció el ceño al ver que el volvía a ponerse tenso.

Liu Ao se apartó. Fa Xiao, tendido de espaldas, lo miraba con extrañeza. Él le acarició el nacimiento del pelo, junto a la sien. Su cabellera la rodeaba como una cascada de líquidas perlas negras.

Le sonrió. Con un brusco movimiento apartó la sábana que le cubría las piernas desde las rodillas.

–No –susurró Fa Xiao– por favor.

Sus piernas eran estupendas; largas, esbeltas, curvilíneas. Eran piernas sensibles. Liu Ao comprendió entonces que no era la caricia en el pecho lo que le había provocado aquel leve estremecimiento de placer, sino el contacto de su mano en la rodilla.

Se trasladó a los pies de la cama, sin dejar de mirarlo para disfrutar su belleza, y le apoyó las manos en los tobillos para deslizadas poco a poco hacia arriba, hacia las rodillas y los muslos. Fa Xiao dio un respingo, como si alguien le hubiera tocado con una brasa.

Domando un corazón de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora