Malas noticias

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Después de una noche de sueño intranquilo, Liu Ao se despertó muy temprano. En el palacio había ya algún movimiento, pero los ruidos eran aún sordos. Su primer pensamiento fue para Fa Xiao. Quería verlo. ¿Sería cierto que el día anterior le había sonreído?

Se vistió apresuradamente, y salió al jardín para cortar una fragante rosa roja, con los pétalos besados por perladas gotas de rocío.

La puerta de Fa Xiao estaba cerrada. Liu Ao la abrió en silencio. Él dormía, con una mano enredada en la cabellera, que le cubría los hombros desnudos, y la almohada a un lado. El mayor dejó la rosa en la almohada y apartó suavemente un rizo de su mejilla.

Fa Xiao abrió los ojos con lentitud. Le parecía parte de sus sueños ver a Liu Ao tan cerca. Le tocó la cara con suavidad, apoyando el pulgar en su mentón para tocar la suavidad. Lo veía más joven que de costumbre; las arrugas de responsabilidad habían desaparecido de sus ojos.

– Pensé que no eras real – susurró, observándole los ojos, que se ablandaban.

Liu Ao movió apenas la cabeza y le mordió la punta de un dedo.

– Soy muy real. Eres tú quien parece un sueño.

Fa Xiao le sonrió con malignidad. – Al menos, nuestros sueños nos complacen mucho, ¿verdad?

Liu Ao, riendo, lo abrazó con brusquedad y le frotó una mejilla contra la tierna piel del cuello, deleitándose con los

chillidos de protesta del muchacho– dulce cerdito – susurró, mordisqueándole un lóbulo – siempre eres un misterio. No sé si te gusto o no.

– ¿Te importaría mucho no gustarme? Él se apartó y le tocó la sien.

– Sí, creo que me importaría.

– ¡Su Alteza!

Ambos levantaron la vista. Nana había irrumpido en la habitación.

– Mil perdones, Altezas – suplicó la anciana –. Pero se hace tarde y muchos os reclaman.

– Diles que esperen – repuso Liu Ao, acalorado, abrazando con fuerza a Fa Xiao, que trataba de apartarlo.

– ¡No! – exclamó el joven –. ¿Quién me busca?

– Eunuco Fu pregunta si quiere inspeccionar al nuevo personal de la tienda de perfumes usted mismo. El Marquez de Zhang, dice que han llegado algunos caballos del sur. Y tres mercaderes de tela desean que se inspeccione su mercancía.

Liu Ao se puso tieso y soltó a su esposo.

– Di a Eunuco Fu que allí estaremos. En cuanto a los caballos, los veré después de ver al personal. Di también a los mercaderes...

Se interrumpió disgustado, preguntándose: "¿Soy el amo de esta casa o no?"–. Ya se te ha dicho qué debes hacer. Vete.

Nana apretó la puerta a su espalda. – Debo ayudar a mi señor a vestirse.

Liu Ao comenzaba a sonreír.

– Lo haré yo. Tal vez eso aporte algún placer a este día, además de obligaciones.

Nana se deslizo al corredor para cerrar la puerta.

– Y ahora, señor mío – agregó Liu Ao, volviéndose hacia su esposo –, estoy a sus órdenes.

Los ojos de Fa Xiao chisporroteaban. – ¿Aunque mis órdenes se refieran a tus halcones?

El gruñó, fingiéndose atormentado.

– Fue una riña tonta, ¿verdad? - Liu Ao volvió a inclinarse hacia él. – Me impidió practicar un ejercicio que deseaba mucho.

Fa Xiao le apoyó una mano en el pecho; su corazón palpitaba con fuerza. – No olvides que el eunuco nos está esperando.

Domando un corazón de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora