Trampas

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Zhao Quiu miró por encima de las cabezas de los muchos hombres que la rodeaban, buscando al joven esbelto y hermoso que se recostaba contra la pared; tenía una expresión pensativa que ella reconoció como la de un enamorado.

Aunque ella le sonreía con dulzura a uno de sus compañeros, ni siquiera le estaba escuchando. Su mente estaba absorta en aquella tarde en que Liu Ao le había confesado amar a su esposo. Lo siguió con la vista: tenía a Fa Xiao de la mano y lo guiaba por los intrincados pasos de una danza.

A Zhao Quiu no le importaba tener a varios jóvenes a sus pies. El hecho es que Liu Ao la rechazara sólo hacía que lo deseara más aún. Si él hubiera jurado que aún la amaba, tal vez ella habría dejado al mariquita en paz. Pero el la había rechazado y, por lo tanto, ella tenía que conseguirlo. Sólo una cosa estorbaba sus planes, y proyectaba quitarla de en medio.

El joven miraba a Fa Xiao como fascinado, sin quitar los ojos de él. Zhao Quiu ya lo había notado durante la cena, pero aquella rata era tan estúpida que ni siquiera detectaba la presencia del admirador; no apartaba los ojos de su marido.

– ¿Me disculpan? – murmuró pudorosa.

Y despidió a los hombres que la rodeaban para caminar hacia el joven apoyado contra la pared.

– Es encantador, ¿verdad? – comentó, aunque esas palabras le hacían rechinar los dientes.

– Sí – susurró él. La palabra surgía de su alma misma.

– Es triste ver que una persona como el sea tan infeliz. El hombre se volvió a mirarla.

– Pues no parece infeliz.

– No, porque lo disimula muy bien. Pero su infelicidad existe. Créame lo conozco, ambos venimos del mismo país

– ¿Eres Zhao Quiu de la familia Zhao del sur?

– Sí, ¿y tu?

– Mao Quiang, mi bella lady – respondió el joven, inclinándose en un besamanos –, a su servicio. Ella río alegremente

– No soy yo quien necesita de vuestros servicios, sino el joven consorte. Mao Quiang observó nuevamente a los bailarines.

– Es el ser más bello que jamás haya visto – susurró. Los ojos de Zhao Quiu chispearon odio.

– ¿Le has confesado tu amor?

– ¡No! – respondió él con el ceño fruncido –. Soy un hombre fiel al honor, está casado.

– Sí, lo está, aunque su matrimonio es muy desdichado.

– Pero no parece desdichado – repitió el joven, observando al objeto de sus amores, que miraba a su esposo con mucha calidez.

– Lo conozco desde hace mucho tiempo. En verdad está angustiado. Apenas ayer lloraba, diciéndome que necesita desesperadamente a alguien a quien amar, a alguien que sea dulce y gentil con el.

– ¿Su esposo no lo es? – estaba preocupado.

– Pocos lo saben – ella bajó la voz –, pero él le pega con frecuencia, nadie puede hacer nada ya que es un emperador. Mao Quiang volvió a observar a Fa Xiao.

– No puedo creerlo. La joven se encogió de hombros.

– No es mi intención echar el chisme a rodar. El es amigo mío y me gustaría ayudarlo. No pasarán mucho tiempo en este lugar público, volverán a casa donde el infierno es constante. Tenía la esperanza de que mi querido angel pudiera disfrutar de algún placer antes de marcharse.

Ciertamente Fa Xiao era encantador, Pero lo que más llamaba la atención de Mao Quiang era la vitalidad que de el parecía emanar. Nunca había visto tanta belleza en una persona, siquiera en un hombre, antes de conocerlo jamás pensó que podría estar deseando a alguien de su mismo sexo.

Domando un corazón de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora