Siguiendo el plan

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– General – anunció un sirviente, nervioso – afuera hay visitantes.

– ¿Visitantes? – repitió Wu Chen con los ojos nublados por el vino.

– Sí, mi señor. Es el consorte del emperador Liu Ao rodeado por sus soldados.

Wu Chen se levantó de un salto, tumbando la mesa escritorio, y siguió a su sirviente. Gao Yan, mano derecha de Wu Chen, lo sujetó por un brazo. – te aconsejo que tengas cuidado, mi señor. Tal vez sea una trampa.

A Wu Chen le ardían los ojos. – ¿Qué trampa podría haber? Los hombres no combatirán, puesto que así pondrían en peligro a su señor

Las advertencias habían penetrado en su cerebro; subió a la carrera las estrechas escaleras hasta lo alto de la muralla, para asegurarse de que en verdad fuera Fa Xiao quien esperaba allí abajo.

No había modo de confundirlo.– Es el – susurró, excitado.

Y bajó como volando, para cruzar hasta el portón principal.

– ¡Abre, hombre! – aulló al portero –. ¡Y hazlo rápido!

La pesada puerta se abrió poco a poco, en tanto Wu Chen esperaba impaciente.

– Mi señor – dijo Gao Yan a un lado –, no podemos permitir que entre con sus hombres. Son más de un centenar.

Podrían atacarnos desde dentro.

Wu Chen apartó los ojos del portón. Gao Yan estaba en lo cierto, pero él no sabía con certeza qué hacer. El segundo clavó sus ojos oscuros en aquel azul desteñido.

– Saldré a caballo para saludarlo, no podes arriesgarte. Iré solo hasta la fila de arqueros. Cuando me haya asegurado de que se trata deFa Xiao, mis hombres y yo lo escoltaremos adentro.

– ¿Solo? – pregunto, ansioso.

– Puede entrar con una guardia personal, si insiste, pero nada más. No podemos permitir que todos sus caballeros entren en el castillo.

Gao Yan montó su caballo y salió, seguido por cinco hombres.

Fa Xiao, muy quieto en su montura, Necesitó de todo su coraje para no huir. Aquel viejo lugar podía estar derrumbándose en parte, pero desde cerca parecía formidable. Daba la sensación de estar a punto de tragarlo.

– Aún hay tiempode retirase– observó Bao Yi, inclinándose hacia adelante.

Seis jinetes venían hacia ellos. Sintió deseos de volverles la espalda y huir, pero en ese momento tuvo que tragar un súbito ataque de náuseas: su hijo le recordaba su presencia. El padre y el abuelo del bebé estaban dentro de esas viejas murallas; si era posible, el debía rescatarlos.

– No – dijo a Bao Yi con más fuerza de la que sentía – Debo intentar la misión.

Cuando el jefe de los jinetes estuvo cerca adivinó de inmediato que era el instigador de todo el plan.

– Señor mío – saludó él, inclinándose sin desmontar.

Su sonrisa era burlona, casi insultante. Fa Xiao lo miró fijamente. Le palpitaba el corazón. En aquellos ojos había una frialdad que lo asustaba. Aquel hombre no sería fácil de dominar.

– Soy Gao Yan, segundo del general Wu Chen, que le da la bienvenida.

"¡Qué bienvenida!", pensó Fa Xiao, dominándose para no escupir la frase; pensaba en su padre secuestrado, en su esposo y en varias vidas ya perdidas. Inclinó la cabeza hacia él.

Domando un corazón de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora