Demasiado caliente

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Zhang Di peinó su sector de nuevo y confirmó que el segundo centinela, Pam Chie, se mantenía en la frontera exterior. Solo él tenía derecho a acercarse tanto a Yan Xilien. Habían crecido juntos y era el único con el que ella se sentía cómoda. El solo hecho de que estuviera en la misma trinchera para dormir le hacía desear reaccionar
con brutal violencia. Intento de varias formas hacer que ella se sienta mas cómoda con el pero no estaba lográndolo. Los celos que sentía por ese amigo de la infancia que ella tenia lo estaban consumiendo de una forma irracional. Tal que luego del entrenamiento duro que les dio a la mañana y tarde lo mando a patrullar la frontera exterior solo para que no este en el mismo lugar donde su pequeña mujercita ruda estaba durmiendo. El imaginarla dormida despertó

Un deseo incontrolable, con el fuego bullendo en sus venas, comenzó a pensar en Yan Xilien y en todas las formas
en que deseaba hacerla suya. Mas que nada deseaba tomarla por detrás, esa era una vista sin igual. Aquella postura le dejaba mucho por explorar, por acariciar, mientras ella yacía de manera sumisa. Tal vez no tan indefensa, sonrió para sus adentros. Pero era su fantasía y en ella era suya... se sometía a él, le pedía que la tocara, que la besara y que la montara.
Un movimiento llamo su atención.

El motivo de su deseo sin control se estaba escabullendo entre las sombras cual ladrón. Era increíble que habiendo pasado meses ahí aun creía que podía hacer algo sin que se enteren el o alguno de sus amigos. La siguió y descubrió con disgusto que estaba llevando comida de contrabando a ese maldito de Pam Chie, iba a tener que doblar el entrenamiento mañana.

Decidió que había tenido la suficiente paciencia, que era el momento de demostrarle de que estaba echo el y que rechazarlo no era absolutamente una opción.

Yan Xilien estaba volviendo a su cama de la misma forma que salió, tratando de ser lo mas sigilosa posible. Y había burlado a la mayoría de los guardias, salvo al depredador que siempre estaba pendiente de ella. Lastima para ella, no sabía que había sido descubierta.

De pronto un sonido la puso alerta, algo muy dentro de ella se despertó, se dio cuneta que la estaban siguiendo y solo podía ser una persona. Esperaba que su intuición se equivocara, pero cuando se trataba de el nunca pasaba, sabía que andaba cerca.
Resultó que no se equivocaba. Zhang Di salió del bosque solo un segundo después de que se escucharan los últimos ecos de su caminar.
Estaba desnudo.
Yan Xilien se aferró a la pared más cercana, con el cuerpo invadido por descargas de energía que pugnaban desesperadamente por escapar. Su intención había sido decirle que dejara de acosarla de esa manera.
Pero lo único que pudo hacer fue contemplarle mientras se aproximaba a ella. Todo él era gracia letal en estado puro; cada movimiento declaraba que no era nada que fuera civilizado en este momento. El cabello suelto le caía sobre los hombros, y su cuerpo era todo músculo.
Los ojos de Yan Xilien se negaban a obedecer sus órdenes y continuaron recorriendo la figura masculina a pesar de saber que era un error, que él lo consideraría una invitación.
Pero de todas formas se demoró en la fina línea de vello que salpicaba el torso y que reaparecía, en un tono más oscuro, en el ombligo. Aquel estrecho sendero descendía en un flagrante desafío... se dijo a sí misma que debía apartar la mirada, pero ya era demasiado tarde. Zhang Di se erguía en toda su gruesa y dura longitud.
Un quejido escapó de su garganta mientras su mano aferraba espasmódicamente lo que estuviera cerca. Él era magnífico. Nunca había visto a un hombre desnudo y que se sintiera tan a gusto en esa condición. El corazón le aporreaba con tal violencia contra las costillas que le dolía. Tenía que huir. Tenía que mirar. El se detuvo a centímetros de ella, estaba descalzo y seguía siendo más alto, más fuerte, primitivo e innegablemente masculino.
Aquellos ojos capturaron los suyos.
—¿Qué quieres?
—No lo sé —respondió Yan Xilien roncamente desde lo más profundo de su ser, desde aquella parte secreta y desconocida que tenía la capacidad de sentir el deseo más exquisito.
—Puedes tocarme —le dijo en un ronroneo que la envolvió como la más suave y sensual de las caricias, como el roce de su pelaje—. Yo te he tocado a ti... es tu oportunidad de resarcirte.
«¿Tocarle?»
No era una buena idea. Con toda seguridad fragmentaría su mente y la dejaría hecha mil pedazos. No se podía caer en la tentación carnal, era un hombre para el mundo tenía que actuar como tal.
—No puedo.
—Solo hasta donde tú quieras —la engatusó—. Te doy plena libertad. —Levantó los brazos y los paso sobre la cabeza de ella, apoyándose contra la pared—. Lo prometo.
¿Confiar en él? Tendría que estar loca.
—Tengo que volver a mi cama —susurró, pero tenía los ojos clavados en los carnosos labios de Zhang Di, y en su mente resonaban aún los ecos de sus fantasías eróticas que había estado teniendo por culpa de este hombre estos días.
—No hasta dentro de unas horas. Hay tiempo de sobra para jugar.
una parte de si aún tenía conciencia, pero otra después de sentir el olor de él no pudo razonar más. Daba lo mismo. Ya estaba loca, porque iba a aceptar la invitación e iba a disfrutarlo. La tormenta eléctrica que se desencadenaba en
sus venas eran como una caricia ardiente y el pulso entre las piernas, un inquietante pero exquisito placer.
Una llamarada de fuego se paseó por su mirada ante la idea de jugar con él de ese modo, tan escandalosamente íntimo que nunca antes había sido capaz de entender la tentación que representaba para las mujeres y hombres. ¿Qué satisfacción podría obtener una mujer de dicho acto? Ahora lo sabía. La sola idea de tenerle a su
merced, de darle tanto placer, era una droga en sí misma. Tal vez una droga demasiado poderosa.
—He de confiar en ti.
—Sí —declaró sin ofuscación, tan solo la pura verdad.
Sus dedos acariciaron los labios de Zhang Di cuando terminó de hablar. En lugar de retroceder, dio rienda suelta a la tormenta eléctrica de su interior.
Presionó contra sus labios y él los entreabrió para dejar que ella deslizase un dedo en el interior. Cuando él lo chupó, la sensación repercutió directamente en la palpitante carne entre sus piernas.
—¿Cómo? —Estremecida por la intensidad que tan simple acto inspiraba, comenzó a retirar el dedo.
Los dientes de Zhang Di amenazaron con morderla, pero la liberó después de rozarla suavemente.
—Porque soy yo.
Quiso ofenderse por la arrogancia de aquella respuesta, pero había algo en la expresión de sus ojos, algo que hablaba de verdad. Inspiró entrecortadamente y siguió con la mirada el movimiento un tanto vacilante de sus dedos sobre los hombros del hombre.
Zhang Di era puro fuego, como si su cuerpo ardiera por el de ella, como si pudiera mantenerla caliente en la más fría de las noches. Sobresaltada por tan seductora idea, estuvo a punto de retirar la mano, pero su anhelo era demasiado grande para renunciar a él con tanta facilidad.
—Tan caliente —dijo.
ella no se dio cuenta de que había hablado en alto hasta que Zhang Di le respondió:
—Sí, lo soy.
Yan Xilien extendió los dedos sobre el vello del pecho y sintió el latido de su corazón bajo la palma, fuerte, regular, un tanto acelerado. Zhang Di estaba igual de afectado que ella por aquel deseo salvaje, pero él no tenía miedo. Porque él era igual de salvaje.
Su propio pulso reverberaba en todo su ser. En la cabeza, en la boca, en el pecho, en el calor entre sus piernas, en cada centímetro de su piel cubierta de sudor. Su mente se llenó del aroma terrenal de Zhang Di cuando se inclinó hacia él e inhaló profundamente. Estaba experimentando una sensación de euforia, una adicción de la cual ni siquiera había sido consciente. Hacía rato que los pezones se le habían puesto erectos, pero ahora parecían
arder mientras se rozaban contra la tela que los atrapaba, como si sus pechos se hubieran inflamado y la presión fuera excesiva.
Sintió el impulso de apretar su propia carne para mitigar el dolor. Bajo la palma de su mano, el pulso de él latía a un ritmo desaforado. Yan Xilien alzó la mirada y se encontró con sus ojos, en cuyas profundidades brillaba la complicidad.
—Déjame tocarte —gruñó el, en el sentido más estricto.
Debería haber tenido miedo del hombre grande que tenía delante, pero ya estaba muy por encima de lo que debería o no debería hacer.
—No. —Si dejaba que él la tocara, todo habría acabado.
Un nuevo gruñido se formó en el fondo de la garganta de Zhang Di, pero no faltó a su palabra. Los músculos de la parte superior de sus brazos se le marcaron aún más cuando apretó las manos. Tanta fuerza y toda ella a su servicio. El poder resultaba embriagador, ¿o era ese deseo el que convertía su sangre en fuego?
Fijando nuevamente la atención en el cuerpo de Zhang Di, deslizó ambas manos por el torso masculino. Aquel hombre la hacía desear humedecerse los labios. Lamerle. Nada ni nadie había provocado un ansia semejante en
ella.
—Hazlo —le ordenó Zhang Di.
Ella sabía lo que él quería; su gruesa longitud estaba atiborrada de sangre. Lo que le sorprendía era su propia ansia. Pero no lo suficiente como para hacer que se detuviera.
Acercándose de forma inconsciente, mantuvo una mano sobre sus costillas mientras deslizaba la otra suavemente a lo largo de su erección. Zhang Di contuvo la respiración de golpe, con el cuerpo vibrante por la tensión.
Fascinada, Yan Xilien repitió la caricia.
—No... me... provoques.
Ella apenas le escuchó a causa de la violenta sensación que hizo rugir su sangre mientras trazaba la orgullosa evidencia de su masculinidad una vez más. El cuerpo del joven se estremeció y ella cerró sus inquisitivos dedos en torno a su miembro.
Yan Xilien descubrió que le era imposible rodearle por completo. ¿Cómo algo tan grueso podía encajar dentro de su cuerpo? ¿Y por qué se moría de curiosidad por descubrirlo?
Zhang Di no había articulado palabra desde la última orden que le había dado; todo su cuerpo, ágil y duro como una roca, latía única y exclusivamente para ella. Su tacto era como seda bajo sus manos, insoportablemente suave, y la piel que cubría su dureza era delicada. Aquello le sorprendió sobremanera, pues nunca se hubiera imaginado que
hubiera algo delicado en su hombre. Aquel fue el último pensamiento coherente que tuvo.
Deslizó el puño cerrado por su gruesa longitud, satisfaciendo al joven que tenía a su lado, que ahora parecía un ser primitivo que solo conocía el deseo, la necesidad y el sexo. Tanto le dolían los pechos que ansiaba desgarrarse la ropa y frotarse contra su torso, pero para eso tendría que liberarle, y no deseaba hacerlo. Lo único que quería era apretarle y acariciarle una y otra vez. Una y otra vez.
—Detente, pequeña.
Yan Xilien hizo oídos sordos a la inoportuna interrupción y pensó en el millón de cosas que deseaba hacerle. Primero posaría la boca sobre aquel pecho y saborearía el sudor, el calor tan tentador y cercano a ella. Tal vez incluso se quitaría la ropa antes de pegar su cuerpo acalorado contra el de él.
—Cielo, para. —Zhang Di enredó una mano en su cabello. ella intentó zafarse, pero él era demasiado fuerte. Entonces cubrió los dedos de la joven alrededor de su erección e intentó lograr que los retirara. Ella reaccionó clavándole en el hombro las uñas de la otra mano mientras que le apretaba el miembro con más fuerza.
El gruñido de Zhang Di le puso el vello de punta. Esperaba que la mordiera, y aquello le parecía comprensible. Lo que no se esperaba era que él apretara la mano sobre la suya
hasta que Yan Xilien creyó que iba a acabar haciéndole daño.
—¡No! —ella le soltó.
Zhang Di se puso fuera de su alcance con velocidad felina, tan rápido que ella tuvo que agarrarse a la pared para no caer al suelo. La cabeza le daba vueltas y se sorprendió tendiendo el brazo hacia él.
—Zhang Di —dijo casi en un sollozo—. Por favor.
—Chist. —Se colocó a su espalda antes de que pudiera verle moverse—. Deja que te calme.
—¿Calmarme? —La necesidad se pegó a su piel, empujó contra los muros de su mente. Pero cuando iba a volverse, él la sujetó con las manos

—¿Ves el bosque ante ti?
Se hizo un hosco silencio y luego ella contestó:
—Sí.
—Hay otros ahí que podrían vernos.
—¿Otros?
—Sí. ¿Quieres que otros me vean?

—No —respondió de inmediato.
—Pues calmémonos un segundo cielo, o voy a tomarte aquí a la vista de todos.

La idea era jugar con ella demostrarle que era a el a quien pertenecía, pero no esperaba ese nivel de pasión que casi le hace perder la conciencia del lugar donde se encontraban.

Zhao Quiu recibió la tan esperada nota de su espía. Le había costado demasiado poder tener el espía donde lo tenía, aun así nunca informaba nada de gran valor. Salvo por esta vez. No podía creer el nivel de suerte que tenía, no podía esperar a que llegara dentro de cuatro noches el banquete imperial y poder volver a ver a Liu Ao. Ya tenia la mascara para poder entrar, había echo varias pruebas saliendo a la calle en estos días y nadie la había reconocido.

Su colaboración con la familia Mao iba a dar sus frutos dentro de poco.

Fa Xiao estaba sumamente ocupado, dentro de cuatro días se cumplía un año de su matrimonio y quería celebrarlo como se debía. Su esposo había dicho que recrearan la boda que no tenían, pero esa idea no le gustaba. Mas que nada por que su pequeña pancita estaba creciendo y si se ponía un vestido ajustado de bodas se podría notar, y si no lo hacia la gente sospecharía.

Había decidido hacer una fiesta y lanzar un nuevo plato para cautivar al resto. Es por eso que tenia a todo el personal de la cocina trabajando día y noche para q o practicaran. Su esposo estaba vetado de la organización y solo pedía consejo a sus amigos y abuelos. Su padre también estaba vetado, lo único que hacia era perseguirlo para que hiciera reposo de su estado. Y no pesaba quedarse en la cama por un embarazo, mas si aun estaba en los primeros meses. Liu Ao era otro que lo seguía como un halcón, incluso el personal cerca suyo se redujo al de mas confianza. Fa Xiao sabia que era todo por su bien, pero no podía evitar sentirse algo ahogado de tanta atención.

Zhao Quin había ido a verlo un par de veces para hablar de negocios, seguía siendo precavido con el pero de a poco entendió que su hermana era una cosa y talvez el joven era otra. No tenia que ponerlos a todos en la misma bolsa. Además, su guardia personal, Yan Xilien siempre estaba pegado a sus talones y no iba a permitir que nada malo le pasara al consorte imperial.

Domando un corazón de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora