Capítulo XIII: La Alcaldía

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"Un mundo nace cuando dos se besan" (Octavio Paz).


Tras salir del complejo de investigación, el grupo se dirigió al puente que yacía arriba de ellos. Al divisar una camioneta, Kaira, Franco y Eric trataron de encenderla por cableado, revisándole la gasolina y los cauchos. Mientras que Norman, Alicia y Samanta recargaban las armas y guardaban las de cuerpo a cuerpo en otro compartimiento.

—¡Que calor! —exclamó Samanta mientras se recostaba de un antiguo y dañado vehículo.

Alicia la miraba confundida, ya que ella no sentía ni la mínima señal de calor, es más, ni siquiera sudaba una mínima gota. Samanta al verla entrecerró sus ojos, fastidiada, cansada de que todos en ese maldito lugar tuviera súper poderes.

—Sí, sí, tienes poderes, ya entendí —le gruñó la chica de cabellos morados.

Eso hizo que Norman soltara una pequeña risa, risa que le hizo erizar los cabellos a Kaira de molestia, apretando con fuerza una herramienta hasta doblarla, cosa que hizo que los muchachos le miraran con miedo; la agente estaba demasiado sensible, casi a flor de piel.

—¡Listo! —exclamó Franco emocionado mientras todos miraban cómo el motor encendía. El chico recibió palmadas y felicitaciones por haber logrado que la camioneta anduviera de nuevo.

Después de montar la maleta y que cada quien estuviera en su asiento, o maletera en caso de Norman y Kaira, emprendieron un rápido viaje hacia la farmacia, la cual estaba bastante lejos de por sí... De vez en cuando Eric atropellaba a un lento infectado. Aquel acto hacía que Alicia le gritara y reclamara el por qué era tan violento.

—No falta mucho para llegar; es posible que el lugar se encuentre rodeado de infectados y otras cosas, así que es mejor ir armados y preparados —les dijo Norman sacando varias M16 y Glocks del bolso.

Kaira ayudó a repartirlas al grupo mientras que Norman admiraba un hacha de un solo filo de color negro. El mango que debería ser de madera era de un metal negro y resistente. La había tomado de un brazo que había encontrado en el complejo, seguramente de uno de los soldados de la base. De un momento a otro Eric le lanzó a la cara unos guantes militares de color rojo.

—Supuse que te gustaban las armas mano a mano, así que mientras consolabas a tu novia agarré varios guantes para las manos; si no las usas te dañaras las palmas —le comentó Eric con una sonrisa presumida.

—¡NO SOMOS NOVIOS! —gritaron Norman y Kaira al unísono, tornando sus rostros de un rojo muy intenso, seguido de carcajadas de todo el grupo menos Alicia, quien miraba a todos lados intentando descubrir qué era lo gracioso.

Media hora después habían estacionado la camioneta una cuadra antes de la farmacia. No habían visto más que infectados, cuerpos ya sin vida, carros rotos y los edificios abandonados. Toda pizca de vida que hubiera quedado en aquella ciudad había desaparecido.

—Bien, todos pónganse los guantes, cuélguense las armas y respiren profundo. Si ven a un infectado o un humano que presente amenazas, manténgalo —les ordenó Eric poniéndose los guantes y revisando el cartucho de su arma.

La única que asintió fue Kaira, mientras todos los demás quedaron aturdidos por sus palabras. El rostro de Samanta y Franco fue de horror, mientras que el de Norman fue de enojo. Kaira, por otro lado, tan solo alzó ambos hombros. Ya había matado tantas personas que solo eran meros objetivos para ella.

—¿Vamos a matar personas? —Preguntó Samanta con cierto desagrado tanto en su tono como en su cara.

—Es simple, o las matas tú o ellos a ti; digo, es apretar el gatillo apuntando al cráneo, y si te da cosa, no los mires al rostro —le explicó Kaira mientras guardaba cargadores en sus bolsillos y un cuchillo militar de cierra sin mucha importancia.

SIN DESTINO: EL INICIO (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora