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—No.

Esa fue toda su respuesta. 

Me levanté, enfurecido. No le permití ayudarme ni acercarse demasiado. Me sentía como un animal herido, de aquellos que enseñan los dientes para mantener a los demás alejados.

Ni siquiera podía sacarla a la fuerza de mi casa, tampoco tenía la voluntad para hacerlo.

—¿No me oíste? No quiero verte.

—No me importa. Voy a quedarme aquí.

—¿Dónde está mi madre? —pregunté con el ceño fruncido.

—Se fue.

Por una razón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora