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La abracé por un largo rato, hasta que mis brazos se amoldaron a su forma, hasta que su olor se tatuó en mi mente, su calor en mi corazón y su presencia en mi alma.

La había extrañado tanto.

La necesité tanto.

Y ahora estaba entre mis brazos, justo en el lugar donde siempre debió estar. Donde nunca debió irse.

—Déjame ver —pedí, pasados unos minutos.

—¿Qué cosa?

—Tu cicatriz.

Me miró extrañada, pero no dudó en levantar su camisa y mostrarme.

Allí, justo entre sus costillas, se dejaba ver una línea rosada que cubría gran parte de su torso. Su sujetador era suave, de un color negro. Dejé que mis dedos jugaran con la suavidad de su piel, aprendiéndome de memoria la forma de su cicatriz.

—¿Dolió mucho? —era lo único que podía decir al verla.

—No tanto como estar lejos de ti —confesó. 

Por una razón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora