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Una señora se acercó hasta a mí. Me ayudó a conseguir mis muletas (Que el recepcionista del edificio muy amablemente se encargó de buscar en el apartamento mientras nos montábamos en el taxi). Fue amable al ofrecerme un pañuelo, sonriéndome con simpatía.

Se quedó conmigo mientras mi familia llegaba. Mi familia y su padre, por supuesto.

—Mi hijo también está ahí —sonrió con tristeza—. Tiene cáncer en un pulmón, es normal para nosotros encontrarnos aquí.

—Lo lamento —alcancé a decir.

Sus ojos claros me enfocaron. No lo había notado antes, pero podía ver su agitación y preocupación.

—Solo nos queda un poco de fe. ¿Quieres rezar conmigo, muchacho?

Acepté.

Un poco de fe quizás no salvara a Lexy, pero sin duda tampoco le haría mal.

Por una razón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora