Capítulo 34. Laberinto

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Capítulo 34. Laberinto


Bailey


Un último beso y el señor Carvajal abandona la habitación.

Suspiro acomodando mi falda y mis medias. Me calzo los tacones y ato mi cabello. Es increíble cómo no puedo saciarme con los chicos de mi edad, es ridículo. No saben cómo tratarme, no saben cómo tocarme, no saben cómo hacerme sentir bien. No quiero a un tipo que me trate como una princesa que no puede defenderse, pero tampoco quiero un idiota que me vea como solo piernas y una vagina que probar.

Necesito algo, pero no sé qué es.

Salgo del salón como si nada y camino hacia la torre. Vivir en un castillo era agotador en algunos aspectos, como vivir en el junto a cientos de personas que compartían tus mismos trucos.

Extraño España, porque nadie era como yo. Podía hacer que esas estúpidas se tragaran una rana para que me dejaran en paz, podía crear mil y un problema... por eso mis padres me alejaron de ellos, para albergar mi caos.

Entro al lugar y veo la sala vacía, me asoma hacia la ventana al final y miro el panorama donde la civilización luce tan minúscula, como los autos transitas algunas calles y otras están llenas de personas por el mercado.

After Flames tenía su encanto, pero a la vez te atrapa como un insecto es atrapado por una planta carnívora.

Mi móvil suena sobresaltándome, lo saco y contesto.

— ¿Qué ocurre?

—Sala de música, ahora. —habla Clarke antes de colgar.

Resoplo y me voy de la habitación, no sin antes toparme con Dominic Miracle.

—Tan solitaria la muñeca, ¿y tu mascota?

Ruedo los ojos.

— ¿Y tu mejor amigo? Ah cierto, te ha abandonado porque encontró algo mejor que hacer.

El me mira airoso.

—Arthur se cansara de ella cuando llegue el momento.

Frunzo el ceño.

— ¿El momento?

—Oh... No lo sabes, el lobo de Arthur no percibe a Hilarie.

Mierda.

Dominic sonríe al ver mi reacción y se va dejándome pensando en cómo matar a Arthur. No soy imbécil, pero en definitiva el alfa de la manada lo es.

Hay algo que va por encima de cualquier ley, y esa es la conexión de las almas. Y si Arthur no le ha dicho a Hilarie sobre esto, dudo que mi amiga se la deje pasar. Según ella, no están en nada, sin embargo sé que confía en el demasiado.

Salgo con paso decidido a la sala de música pensando en castrar a los chicos si saben al respecto.

— ¡Joder! —chillo bajando las escaleras, más de uno se me queda mirando pero me importa poco. — ¡Que! —pregunto haciendo que las niñas de primer año salgan corriendo alejándose.

Entro a la sala de música y me voy encima de los dos bobos que miraban las partituras en el sofá.

— ¿¡Me pueden explicar por qué sois tan idiotas, par de orangutanes gilipollas de mierda!? —grito y los dos se me quedan mirando extrañados. Agarro las baquetas de Clarke y los golpeo.

— ¡Cálmate! —pide Nicholas tomando la baqueta sentándome sobre sus piernas. —Matarme será un cargo de conciencia muy grande, rubia.

Refunfuño.

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