Capítulo XXVIII: Dueña de mi Propio Destino

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Ruth se puso el casco y agarró una de las cuatro jeringas que guardaba en un pequeño maletín. Estas contenían una sustancia roja, una droga llamada "la rabia roja", la cual dotaba al soldado de súper fuerza, velocidad, regeneración, visión, olfato y todo aquel sentido que pudiera poseer el humano cinco veces mejorado, como por ejemplo los reflejos o sentidos.

Pero abusar de estas sustancias traía sus consecuencias: intensos dolores musculares, jaquecas, sangrados por oídos, nariz y ojos. Por eso el soldado entrenado se inyectaba administrando muy pequeñas dosis para que su cuerpo se adaptara. Con la ayuda de su traje podía manejar sus habilidades de combate, superando por mucho a la generación de su hermana y ella misma, aunque la adicción y fatiga por el consumo le harían pagar el precio, pero como decía su maestro, el espectro, si quieres algo, tómalo.

La soldado miró la jeringa, observando cada detalle del líquido rojo y sin pensarlo más se lo inyectó sin cuidado en su cuello... Jonatán vio aquello con mala cara, pues sabía el daño que esto le hacía a Ruth. Culpaba al espectro por ello, lavándole el cerebro y diciéndole babosadas; temía que la hermosa rubia muriera por una causa estúpida, por las misiones y deseos de un hombre que jugaba o creía ser dios, aunque al verlo, casi él mismo creía que el espectro lo era...

Ella cerró los ojos y apretó su mandíbula con fuerza. Empezó a sentir como la sangre que circulaba por sus venas ardía; sintió todos sus sentidos más agudos desde la visión hasta el tacto y el olfato. Sonreía con orgullo; cada vez que consumía la rabia roja se sentía poderosa, invencible, capaz de acabar con el mundo.

Antes de prender la motocicleta de último modelo militar, la cual contaba con tres ruedas de un material parecido al metal pero negro reluciente con acabados rojos, le sonrió a su querido Jonatán y este le devolvió una sonrisa, una mueca, una que él siempre le daba al ella irse a una de sus locas misiones... Ella levantó los hombros aún sonriendo y arrancó con toda la potencia que el motor le permitía, rumbo hacia la base del ex general Gao.

Tanto Jonatan, Ruth y el segundo aprendiz del espectro, Loriel, se encontraban en una base subterránea en Colombia, muy cerca de la frontera con Venezuela, pues su maestro solo confiaba en ellos tres para que todo allá se llevara como debería.

Ella pisó un botón de su casco, el cual empezó a emitir su lista de reproducción favorita; se trataba de canciones de música clásica, llena de composiciones de pianos, violines, hasta algunas guitarras, puesto que a ella le gustaba asesinar con aquella canción. Le ayudaba a entrar en trance, en que sus asesinatos y manera de mover fueran piezas hermosas de arte, ya que la mayoría de misiones se grababan a través de cámaras, de la moto, casco o drones y se transmitían en las bases como propaganda.

Se dejó llevar nada más por la música, y a las tres horas llegó cerca del lugar; su casco le indicaba holográficamente el lugar. Viendo que iba a estrellarse con la entrada, dio un salto mortal hacia atrás, cayendo de pie como si fuera una gimnasta y sonriendo tras su casco. Los soldados que estaban resguardando la entrada gritaron con horror, sintiendo las llamas y la explosión calcinarlos al instante.

La soldado desenfundó sus dos sables de combate que guardaba en la espalda; delgados y curvados, pero tan fuertes como el diamante, y empezó a hacer lo que mejor sabía. Unos cuatro soldados bajaron de las torretas y puestos de vigilancia, creyendo que entre ellos podrían detener a la intimidante y esbelta figura de rojo y amarillo con negro, repleta de un metal reluciente y flexible en algunas partes, con un caso de visor negro y dos astas rectangulares orientadas hacia atrás.

Ella sonrió y, girando mientras bajaba la espada, le cortó la cabeza a uno de los guardias, el cual inútilmente intentó golpearla con su fusil. Su danza se intensificó al ver a cinco soldados que le disparaban a la distancia; ella de manera casi ensayada giraba y saltaba esquivando las balas, yendo rápido hacia los soldados que en parpadeos ya tenían a aquel demonio metálico enfrente.

SIN DESTINO: EL INICIO (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora