Capítulo XXX: Arrepentimientos

73 32 2
                                    


"El dolor no es tan fuerte como la culpa, pero se lleva más de ti". Veronica Roth.


—¿P-papa? —balbuceó Kaira con la voz quebrada mientras agrias lágrimas se deslizaban por sus mejillas arrugadas en una expresión de horror...

Simplemente la presencia de aquella persona era inexplicablemente dolorosa y satisfactoria a la vez. Su corazón cada segundo se inclinaba al dolor y a la felicidad; luego a aquella sensación, un ardor en el pecho que nunca había sentido antes.

—Mi querida niña —susurró un hombre de cabellos blancos, largo bigote, ojos tan celestes como el cielo, piel bronceada y cuidada. Aquel señor a simple vista parecía una persona cálida y elegante, pues iba vestido de traje negro con una rosa en el bolsillo del saco.

— ¿Cómo es posible? Yo te vi morir aquella noche, ¡Yo vi cómo te asesinaron! —gruñó la desdichada joven quien sentía sus piernas de gelatina en ese momento.

—Y aun así estoy aquí; ¿creías que iba a dejar a mi pequeña estrella sola? No habrás dudado de tu padre ¿o sí? Prometí que siempre estaría a tu lado para protegerte —le expresó el hombre con cierto cariño y dulzura en su tono, mirándole a los ojos mientras se acercaba a un paso lento y cuidadoso.

Ella arrugó la frente y cejas mientras miraba a su supuesto padre. Su mente y su corazón le hacían dudar, pues él le hablaba con ese tono y las mismas palabras que solía utilizar antes de su muerte, incluso las mismas expresiones, pero su mente junto a la lógica le daban un golpe a sus sentimientos, diciéndole que aquella persona a quien tanto amor le tuvo ya no estaba a su lado, y jamás lo volvería a estar.

Mientras su padre la observaba, ella miraba la sala donde se encontraban. Ahora el piso estaba conformado por lozas blancas y negras como un juego de ajedrez; no había paredes ni techos, pues todo era blanco e infinito. ¿Habría muerto ya? Y si así era, se arrepentía de no haber hecho muchas cosas, como completar su venganza por la muerte de quien tenía enfrente o conocer y vivir más cosas junto a Norman, incluso rescatar a Ruth de las instalaciones, ir todos a un lugar alejado, casarse y tener una familia.

—No, querida, no estás muerta, bueno, no del todo, supongo —aclaró el hombre ahora sentado en aquel mueble en donde cada domingo cuando era ella tan solo una niña, su madre y Ruth se sentaban a compartir una tarde viendo una de las viejas películas que le gustaba a su padre.

—Yo... no entiendo, si no estoy muerta ¿por qué puedo verte? —preguntó ella con cierta melancolía en sus palabras mientras miraba aquellos ojos celestes que tanto le reconfortaban en ese preciso momento, aunque en su interior gracias a su entrenamiento sabía que eran falsos, y, a pesar de ello, ella deseaba seguir la conversación.

—¿No es lo que deseabas? Pequeña dinosaurio —Al escuchar aquella frase no pudo más; cayó de rodillas, poniendo su mano derecha en su boca, haciendo presión para que ningún gemido de dolor saliera, pero eso no evitaba que sus ojos fueran dos pequeñas cascadas que llenaban el piso de lágrimas.

Esa era la voz de su difunta madre; no quería voltear, le daba miedo que al hacerlo ella no estuviera ahí, que todo fuera producto de su ya rota y perturbada mente, pero otra parte de ella la obligaba a hacerlo; quería volver a ver aquella mujer quien tan solo le dio cobijo y cariño.

Al alzar la mirada se encontró en la sala de su antiguo hogar, los muebles de roble, la acogedora chimenea, las ventanas en donde se podía apreciarse el hermoso cielo bañado en estrellas. Sintió dos frías manos en sus hombros, lo cual le inquietó de sobre manera; al voltearse vio a aquella mujer que tanto extrañaba todos los días de su miserable vida.

Inspeccionó cada detalle desde su hermoso rostro hasta sus pies cubiertos de tacones de color negro. Era un poco más morena que ella, con el cabello largo de color negro, lacio hasta la cintura. Tenía ojos azules color marino, a los cuales acompañaba una radiante sonrisa que por un momento hizo que las palpitaciones de su corazón pararan.

—Cariño ¿No vienes a cenar? —le preguntó su madre, quien fue a servir los platos en una elegante mesa, de las cuales se sostenía de patas de madera perfectamente talladas a mano y, en la parte de arriba, una base circular de vidrio, el cual brillaba por las lámparas de color amarillo...

Ruth apareció bostezando y sentándose en la mesa mientras tallaba sus ojos. Su padre se sentó a su lado y su madre igual; todos le miraron con sonrisas llenas de cariño mientras ella solo sentía que el aire le faltaba; tenía los ojos rojos de tanto llorar, su pecho le dolía por la presión que ejercía a la hora de respirar, sus piernas le temblaban y sus manos las sentía débiles, incluso pudo ver su arma a un lado que en ese momento le parecía ajena a tal momento.

—No nos querías ¿no es así? —le espetó su madre, a lo cual ella retrocedió de rodillas incrédula por lo que le había dicho.

—¡Mamá, eso no es así, yo los amaba! —le gritó la chica con cierta agudeza en sus palabras, producto de los recurrentes sollozos.

—Y si me amabas, pequeña Kaira, ¿por qué me dejaste morir aquella noche? Puedes explicarme ¿Por qué en vez de ayudarme te quedaste viendo como me golpeaban con ese fierro una y otra vez, acaso no eras un soldado? —le reclamó su padre con cierto recelo en sus palabras.

Ella estaba ansiosa y asustada; recuerdos de esa noche venían y pasaban por su mente, aquellos gritos, el abominable fuego consumiéndolo todo. Recordaba como su padre le rogaba mientras pedía piedad a su agresor; no entendía nada de lo que pasaba; su cerebro tendría un colapso por tales emociones y recuerdos resucitados en este momento.

—Si tanto me amabas, Kaira ¿por qué me dejaste sola? Nunca volviste a pesar de que tu misión era dar un maldito reporte, preferiste a aquellos civiles antes que a mí, rompiste nuestra promesa de hermanas, me lastimaste al irte y no volver, al hacer como si no existiera todo por tu maldito dolor egoísta. ¿O creías que la muerte de papa y mamá no me afectó? En vez de quedarte a mi lado me desechaste como aquel pañuelo que de tanta mugre no tiene ya utilidad —le reclamó su hermana con resentimiento mientras la miraba con rabia.

De repente la habitación se tornó por completo oscura; ella gimió de miedo y abrazó sus rodillas; tratando de sentir una protección inexistente, juntó su cabeza con las rodillas, cerrando los ojos con fuerza. Odiaba la oscuridad; la hacía sentirse sola, desprotegida y desamparada.

Abrió los ojos de golpe cuando empezó a oír las voces de su familia, las cuales cantaban en un organizado coro las palabras "Asesina, traidora, falsa, basura, error, débil, incapaz", y ella harta de tales palabras tapó sus oídos con las manos, gritando hasta desgarrar sus cuerdas vocales...

Terminó por ponerse en posición fetal mientras sollozaba. Todo era su culpa; no era más que un saco de errores que quería escapar de su pasado y, a pesar de que hiciera lo que hiciera, lo sería por siempre, hasta que su corazón dejara de latir y pudiera descansar en paz.

—Sé que deseas descansar de todo este infierno, pequeña. Ven conmigo al descanso eterno, pues allí no hay dolor, pena, tristeza o soledad; tan solo felicidad para ti —le susurró su madre abrazándola y presionándola contra su pecho, todo mientras acariciaban su cabello y empezaba a sentir su cuerpo muy pesado.

Ella agotada se apoyó en su madre mientras sentía el calor que ella le proporcionaba. Se sentía tan cansada que pensó en dormirse allí mismo, en aquella tranquilidad que aquellos brazos le aportaban; poco a poco se fue durmiendo mientras sentía un leve pinchazo en su cuello, como una pequeña aguja. No le dio mucha importancia; tan solo en esos momentos quería descansar.

 No le dio mucha importancia; tan solo en esos momentos quería descansar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
SIN DESTINO: EL INICIO (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora