Capítulo 1

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Recordar mi infancia es agridulce y un tanto nostálgico.

Una típica casa de dos plantas con un hermoso jardín al frente. Una familia ejemplar; íbamos todos los domingos a misa, acudíamos a ayudar de los vecinos. Los primeros en llegar a la iglesia y los últimos en irnos. Ahora que recuerdo, había un mural, ángeles y querubines sobre nubes con sus risos dorados y túnicas blancas. Solía fijarme en ellos porque odiaba usar camisa, me daba comezón, y pensaba que si era un ángel no tenía que usarla.

La señora Gonzales, una vecina, acostumbraba a saludarnos sin falta. Era una mujer esbelta que gustaba usar tacones altos, dejaban a la vista sus uñas pintadas de rojo. Solía comportarse de manera amable frente a todos, pero recordaba las veces que me saco de su jardín como si fuera un perro apestoso. Su amabilidad se extendía hasta papá y las noches que visitaba nuestra casa. En aquel entonces no entendía lo que pasaba y con la ingenuidad que solo puede tener un niño le conté a mamá. Lloro durante todo un día.

El fin de semana que siguió luego de hablarle a mamá sobre aquella visita también lo tengo grabado. Como muchos otros días. Afuera de la iglesia las personas conversaban con tranquilidad.

La señora Gonzales se acercó. Mamá apretó mi mano que estaba en la suya.

—Caro, que alegría verte, un poco descuidada, debo agregar —sonrió.

Entonces se giró hacia papá y le dio dos besos.

—Richard, te ves bien. Es un buen hombre, debes cuidarlo, Caro.

—Se cómo cuidar de mi marido, Estela. Tal vez deberías dedicarte a cuidar del tuyo antes que preocuparte por uno ajeno.

Lo primero que hice al subir al auto fue tapar mis orejas con mis manos y empezar a cantar. Había visto la mirada de papá.

—Eso fue muy mal educado de parte tuya, Caro —su voz fue calmada, muy contradictorio con lo que decían sus ojos.

Y con esa misma calma el primer golpe llego. La golpeo con la palma abierta con tanta fuerza que su cabeza se giró. Cerré mis ojos al tiempo que cantaba más fuerte.

—Tienes que aprender a comportarte en la calle maldita...

Era incapaz de acallar las voces

—Eres una p...

Mamá no dejo de llorar.

No sirves para nada, solo chillas todo el maldito día...

Le rogo que se detuviera y lo único que fui capaz de hacer fue gritar.

—¡Cierra la maldita boca bastardo!

Luego el silencio.

Detuvo el auto, no nos dijo ni una palabra, nos bajamos. Caminamos a casa en silencio, sosteniéndonos el uno al otro.

Papá trabajaba medio tiempo mientras que mamá todo el día en una fábrica; el sueldo de ella iba en su mayoría para pagar las deudas de él. Deudas contraídas por la bebida. Lo que él ganaba solo lo invertía en más botellas de licor. Era un círculo de no parar, las facturas de la casa se acumulaban. Debido a eso la comida escaseaba, recuerdo con claridad las veces en que mamá no comió tan solo para darme su parte.

De niño me encantaba el invierno; todo el paisaje vestido de blanco, los niños riendo a carcajadas cuando intentaban hacer un ángel. Me gustaba mirar por la ventana porque no tenía permitido salir. Me quedaba viendo sin dejar de escuchar los gritos, una escena que se repetía con frecuencia. También estaban las veces en las que me descubría viendo con añoranza a esos niños.

Si me amas no me hierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora