Al estrellato

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El empleado del cementerio, en una recorrida habitual, alcanzó a divisar algo raro sobre una de las tumbas.

Acudió hasta allí y comprobó que era un muchacho que se había quedado dormido sobre la tumba. Y pensó, con fastidio: "¡Otro borracho!"

—Joven, levántese por favor. No está permitido dormir aquí.

Max alcanzó abrir los ojos y no entendía lo que sucedía. No se acordaba porque estaba allí ni cómo había llegado. Sólo se encontró rodeado de tumbas y con un hombre con botas y pala al hombro que lo miraba con desaprobación.

—¿Cuánto hace que estoy aquí?

—No lo sé. Usted vino ayer preguntando por Murcia ¿verdad?

—¿Ayer?

—Sí. Vino ayer al mediodía y no registró salida. Estuvo aquí todo el día, toda la noche, y medio día de hoy. Eso es una seria contravención a las normas. Si no se marcha ahora, tendré que denunciarlo.

—Disculpe, vine a esta tumba muy triste, lloré un poco y me quedé dormido— dijo Max levantándose con dificultad, porque haber dormido más de un día sobre la losa de cemento, endureció sus músculos.

—La próxima traiga un despertador. Lo dejo. Están entrando dos cortejos fúnebres.

—¿Mucho trabajo con la peste?

—No se imagina... —contestó el hombre mientras se marchaba—. Piden muchas cremaciones.

Max salió del cementerio con el alivio propio de quien se ha sacado un gran peso de encima. Sabía que lo de su padre rompiendo las fajas de clausura era sólo un sueño, pero se sentía reconfortado de haber intercambiado las últimas palabras con él, y haber hecho las paces con su recuerdo.

Molió alegremente las 40 cuadras que separaban el cementerio de la casa de su madre mientras ensayaba una disculpa por haber desaparecido un día entero. Estaba sucio, sudado y con un aspecto lamentable. Llegó hasta la puerta, tocó el timbre y cuando se abrió, apareció Erizo.

—¡Max! ¡Mi Maxi! —exclamó Erizo abrazándolo con lágrimas—. ¿Dónde estuviste, mi amor? Jacinta y yo estuvimos muy preocupadas por ti.

—Visité a mi padre en el cementerio. Lloré y me quedé dormido. Muy dormido.

En ese momento apareció Jacinta.

—Maxi ¿donde estuviste??— dijo, con angustia.

—Perdóname mamá. Fui a visitar a papá al cementerio y lloré mucho. Se ve que me quedé muy dormido, pero ahora me siento mucho mejor.

Su madre se sintió conmovida.

—¡Mi chiquito...! —dijo Jacinta acariciándole el rostro con ternura—. Quizás debiste hacer esto hace mucho. Mira, Erizo tiene una sorpresa para comunicarte.

—¿Qué pasó?

—¡Max! Papá recibió una notificación de la Dirección de Salud. Hicieron la pericia en el restaurante y no encontraron rastros de leptospirosis en las mercaderías ni en las instalaciones. Mí amor ¡¡Nos habilitaron nuevamente el restaurante!!

Max abrazó a Erizo, emocionado. Se acordó de su padre rompiendo las cintas y le agradeció mentalmente.

—¡Pero la sorpresa, Max, es que eres el único habilitado!. En todos, todos los demás se encontró contaminación y no les renovaron autorización para seguir operando. Max, ¡Nuestro restaurante es el único que quedó en la ciudad!

El buen Max, apabullado por tantas novedades, no alcanzó a comprender de entrada la enormidad de lo que eso significaba.

Pero mientras iba poniendo en marcha nuevamente el restaurante, en los posteriores días se fue dando cuenta. Los pedidos y los clientes no cesaban de desfilar. El restaurante vivía lleno desde que abría hasta que cerraba, y Max se vio obligado a contratar nuevos mozos, porque no daban abasto.

Erizo se puso al teléfono para atender los pedidos, pero pronto se vio agobiada porque el teléfono no paraba de sonar, y ella misma tramitó para agregar una línea telefónica, y dos telefonistas. Pero cuando cerraban a la noche, por la mañana se encontraban muchos mensajes de voz.

Sobre todo, llovían los pedidos de servicio de catering a domicilio, puesto que las empresas que ofrecían ese servicio también fueron cerradas. Max se vio obligado a contratar furgones y choferes para reparto porque él nunca contempló ofrecer cátering desde su restaurante. Pero lo tuvo que establecer como servicio consolidado, no solamente por la gran entrada de dinero extra que esto significaba, sino porque hasta el alcalde, regularmente pedía catering para sus eventos y reuniones de gabinete.

Y la famosa cocina de su restaurante, que en principio recibió hasta críticas por lo exageradamente grande y equipada, estaba por fin trabajando al 100% de su capacidad. Aquí fue donde se notó la genialidad de Max al diseñarla, puesto que permitía un ritmo de trabajo muy intenso sin que cocineros y ayudantes estén estorbándose entre sí.

Incluso hubo que contratar más personal de cocina, sin que esto represente ninguna dificultad, puesto que el nivel de desocupación en el gremio era alarmante, y Max recibía todos los días solicitudes de empleo, así que incluso pudo darse el lujo de seleccionar los mejores.

Muchos empleados despedidos de los demás restaurantes quisieron formar sus propios emprendimientos gastronómicos, pero la epidemia aún no había pasado, y el nivel de exigencia sanitaria por parte de la dirección de salud, para emprendimientos nuevos, era altísimo.

La nueva afluencia de clientes obligó a modificar sus horarios. Max, cuando recién inauguró, solía abrir a las 7 de la mañana para servir desayunos a los que iban a trabajar. Trabajaba con horario corrido todo el día y luego cerraba a las 12 de la noche. Pero al absorber clientela acostumbrada a otros horarios, tuvo que contratar más personal para atender el turno de noche y trabajar las 24 horas del día. Obviamente para entrenar personal para el nuevo horario, Max, en ocasiones tuvo que guiarlos y acompañarlos 24 horas seguidas y más.

Trabajando al extremo, se notó la increíble capacidad que tenía Max para administrar activamente un restaurante. Erizo no quería que trabajase tanto, y cuando lo veía agobiado, ella misma tenía que relevarlo del trabajo y mandarlo a descansar.

El esfuerzo se multiplicó pero las ganancias se dispararon. David, desde su estudio contable, notaba que Max iba retocando muy de a poco los precios y mejorando los márgenes de ganancia, sin que eso disminuya en lo más mínimo la afluencia de clientes.

El personal de limpieza y mantenimiento tuvo que duplicarse y hasta rotarse para poder mantener todo limpio y prolijo durante las 24 horas del día.

Aprovechando las ganancias extra, Erizo realizó mejoras estéticas en el salón del restaurante. Puso cortinas de más calidad, sillas acolchadas y más cómodas, mejoró el cartel luminoso de la fachada, y remató los cambios con un juego de luces espectaculares dentro del salón, y a causa de la mayor cantidad de clientes, agregó un equipo más de aire acondicionado.

Con el tiempo, Erizo notó que Max había hecho sus sutiles agregados. Detrás de la barra, cerca de la caja registradora, apareció una fotografía con un lujoso marco. Era de la familia Murcia, en la cual estaba Jacinta, con la alegría pintada en su rostro, el pequeño Max, de dos años y medio, y un sonriente Vladimiro, meses antes de su deceso.

Y en la cocina, en un sector muy visible, Max había colgado un cuadro que rezaba:

HAZ SIEMPRE LO
CORRECTO,

AUNQUE NADIE TE
ESTÉ MIRANDO.

MI PRIMERA CITA CON MAXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora