Las Consuegras

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Irma, una vez logrado el objetivo de reconciliarse con Max, quiso tomar contacto también con Jacinta, su “amiga camarera” a la cual no veía desde que enfermó y dejó de trabajar en lo de Battaglia.

Se saludaron muy emocionadamente, e Irma la notó igual, solo que un poco más canosa.

—¡Qué increíble que es la vida, Jaci! Quien diría que nos iba  a juntar nuevamente pero como consuegras.

—La verdad es que tuve suerte.  Una como madre siempre se angustia acerca de qué clase de mujer se va a llevar a mi bebé adorado, pero cuando me dijeron que era tu hija, no lo pude creer.  Se ve que la criaste con buen gusto…

 Ambas rieron, y Jacinta continuó la conversación en la cocina donde ambas fueron a preparar un café.

—Lástima que no pudiste estar, pero en la inauguración del restaurante, tu hijito estaba guapísimo, vistiendo con una elegancia que daba ganas de piropearlo…

—Lo vi por la tele—recordó Jacinta—. Lloré de orgullo cuando vi a mi Max hecho todo un hombre, al frente de un restaurante, codeándose con las autoridades, y con una novia muy guapa que no se le despegaba en ningún momento. 

—Obvio.  Con un hombre así, yo también me vería obligada a “marcar territorio”, ¡¡ por las dudas…!!

 Las dos estallaron en carcajadas…

Jacinta sirvió el café en dos tazas y se dirigieron al comedor.

—La primera vez que vi a tu hija, me recordó a alguien con ese flequillo en punta y ese bonete, pero no alcanzaba a recordar a quién.  No solamente porque nos vimos pocas veces, sino porque el acv me llevó algunos recuerdos.  Y cuando me dijo que su madre se llamaba Irma, ahí empecé a recordar a la señora recién separada, de saco negro y bonete negro.

—Y yo también recordé a la camarera viuda que me daba tan buena conversación.  

—Si, eternamente viuda.  Nunca me recuperé de esa pérdida, como para cambiar de estado civil.  

—¿Aún lo extrañas?

—Si.  Mucho. Vladimiro era mi soporte emocional. Era un buen hombre, buen administrador, buen padre, y hasta buen amante.  Yo no sé cómo hoy en día hay mujeres que toman a su pareja como “descartable”.  Se casan ya con el espíritu de separarse a la primera dificultad. 

—Quizás no quieren ser dependientes y sufrir como sufriste tú.

—Pero si van a razonar así, que ni se casen.  Eso no es una familia.  Una verdadera familia siempre tendrá problemas, pero tendrá también actitud para resolverlos.  Hoy no veo actitud de resolver nada.  La sociedad cacarea de que hay que ser inclusivos, pero la familia, que es la base de la sociedad, se hace con espíritu excluyente.  Los problemas se resuelven excluyendo, apartando, alejando.

—Es cierto lo que dices, pero también hay veces que no hay otro camino, porque la convivencia se hace imposible. Una amiga mía sufrió esa experiencia— mintió, proyectando sus propios pensamientos y experiencias sobre una "amiga" inventada.

—Capaz que me estoy volviendo vieja, pero no alcanzo a comprender ¿qué puede haberle hecho imposible la convivencia a tu amiga?  ¿El marido se negaba a trabajar y aportar a la familia?

—No, porque él tiene su propia oficina y gana bien—respondió, pensando en David.

—¿Es alcohólico?  ¿Drogadicto?

—No, para nada.

—¿Es adicto al juego?

—No, no apuesta.

MI PRIMERA CITA CON MAXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora