Cuando Erizo fue a visitar a Max al psiquiátrico, no lo encontró en su habitación.
El enfermero le explicó que Max se ofrecía para ayudar en algunas tareas como jardinería y otras. Y ese día se había ofrecido para ayudar en la cocina.
A Erizo se le iluminaron los ojos cuando escuchó eso. Se imaginó que Max había recuperado sus conocimientos de cocina y que pronto recuperaría todo lo otro.
Fue a visitarlo a la cocina y se imaginó verlo dirigiendo a los cocineros, pero cuando entró, estaba barriendo el piso mientras otros internos cocinaban. Esto la desilusionó un poquito. Pero él, lejos de estar retraído, conversaba animadamente con sus compañeros internos mientras barría el piso.
Cuando la vio llegar, se alegró y la saludó.
—¡Erizo! ¡Qué bueno que hayas venido!
La chica se emocionó mucho porque esto representaba un cambio enorme desde la primera vez que lo visitó.
—¡Chicos, ustedes no me creían cuando yo les dije!. Pero aquí está. ¡Ella es Erizo!
A ella se le humedecieron los ojos de emoción.
—A pesar de que está lastimada, ella igual viene a visitarme. ¡Porque puedo decir, con orgullo, que Erizo es mí...
(¡Ay, Max! ¡ Al fin recordaste quien soy! Te amo! )
—… mí mejor amiga!— concluyó Max, entre los aplausos de sus compañeras y compañeros internos.
Erizo quedó tildada. Fue tan grande su desilusión y tan lamentable le pareció ese aplauso de locos, que detrás de la sonrisa que tuvo que obligadamente mostrar, se le salían las lágrimas de amargura.
Los internos iban hacia ella, la saludaban estrechándole la mano, otros la abrazaban, algunos con rudeza, provocándole algo de dolor, alegrándose como niños de que Max tenga una amiga.
Y se puso a pensar, impresionada, cuánto daño puede hacer un trauma. Y odió nuevamente a Koala. Los dos balazos en el pecho no le dolían tanto como la destrucción de una relación, de una pareja, de un feliz matrimonio, de una brillante carrera empresarial, de un maravilloso sueño que tanto esfuerzo había costado hacer realidad.
Sin embargo, Max parecía estar feliz allí entre esos nuevos compañeros. Pero Erizo ya había previsto no limitarse a las meras visitas. Ella venía planificando algún día añadir alguien más a la visita, y ese día lo concretó.
—Maxi.
—¿Qué, amiga?
—Vine con alguien que quiere verte— y llamó a alguien que había quedado esperando en el pasillo.El muchacho casi se queda tildado cuando vio que la nueva visita era nada menos que su madre.
—Hola, hijito— lo saludó Jacinta con una sonrisa.
—Ho.. hola… —balbuceó Max.
—Vine a visitarte.Max quedó serio y en silencio un momento largo, que fue muy tenso para los tres. Y al fin dijo, con una voz que destilaba miedo y tristeza:
—¿Todavía estás enojada conmigo, Mamá?
A Jacinta casi le brotan lágrimas.
—No, corazoncito. No estoy enojada. Vine a pedirte... perdón por aquella vez que te... traté mal. Todos estábamos nerviosos... y mamá también.
—Y tú perdóname también, porque aquella vez te pregunté por Papá. Esa vez estaba muy tonto y me olvidé de que mí papá... murió— dijo, con voz de inocente súplica.
Jacinta no pudo contener las lágrimas ni las ganas de abrazarlo. Erizo también se conmovió con esa escena.
Los otros internos que estaban trabajando en la cocina salieron al pasillo y cuando lo vieron abrazado a esa señora, le preguntaron quién era. Max les dijo:
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MI PRIMERA CITA CON MAX
RomanceSecuela del capítulo piloto. +18. Erizo, una adolescente que ha estado sumergida en el estudio y en los libros, en unas vacaciones conoce y se enamora apasionadamente de Max, un muchacho con una historia de pobreza y sufrimientos desde muy pequeño...