Max, el desconocido

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El caso de Max trascendió a los medios, y la opinión pública se dividió entre quienes condenaban a Max como un asesino sanguinario de una pobre e indefensa mujer, y por otro lado los que conocían el caso con detalle y se compadecían de él.  Entre éstos estaba el propio alcalde, que manifestó todo su apoyo a Max y la familia para todo lo que necesiten.

La situación judicial de Max no era fácil.  Lo que lo condenaba era la situación de indefensión de la víctima que había tirado su arma, aún con balas dentro, antes de ser asesinada.  O sea que ni siquiera le asistía el argumento de la legítima defensa.

Los abogados defensores de Max argumentaban la condición de psicópata de Koala, el asesinato del policía, y el atentado contra Erizo con premeditación, haciendo peligrar la vida de muchas personas más.

Al final, los jueces determinaron que el móvil del asesinato fue "emoción violenta por trauma psicológico" ya que el acusado, en el estado mental que estaba, no era dueño de sus actos. 

Después de diagnosticarlo, los médicos determinaron que Max, si bien padecía amnesia temporal, ya no representaba un peligro para sí mismo ni para otros. 

 Max recuperó la libertad, pero a causa de la condición en que estaba, se recomendó tratamiento psiquiátrico. 

 Los abogados de Max iniciaron también una causa contra el instituto mental del cual escapó Koala, por ser responsables de dos muertes, heridas graves a una persona, y haber puesto en peligro a muchas otras.

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Cuando Erizo pudo medianamente caminar, lo primero que obsesivamente quiso hacer fue visitar a Max. Éste ya no estaba en la clínica donde ella fue operada. Estaba internado, para su seguimiento y tratamiento, en un instituto de psiquiatría privado. Y hacia allí fue Erizo. 

Preguntó por Murcia, y la condujeron hasta su habitación.  Era feo caminar por esos pasillos, pues se escuchaban a veces gritos, a veces voces delirantes, otras veces, risas insanas, otras veces, golpes. 

Hasta que llegaron a un sector más tranquilo e iluminado, y con ventanas que daban a un hermoso jardín. El enfermero golpeó la puerta y entró diciendo: 

—Murcia, tienes visita.

Erizo entró y vio que la habitación de Max, si bien no era lujosa, no parecía una habitación de psiquiátrico. Tenía un gran ventanal que iluminaba todo, una cama bien hecha, un escritorio ordenado, un aparato de TV, y baño privado.

El enfermero le había explicado que esa habitación la reservan para los internos que no dan problemas y son capaces de seguir las reglas.  Le ofreció a Erizo si deseaba que la acompañe mientras conversaban, (como medida de seguridad) pero Erizo prefirió estar sola con él. El enfermero, entonces, se retiró.

Max estaba sentado en un sofá, mirando televisión, con el control remoto en la mano, de perfil a la puerta. Estaba serio, mirando un canal de deportes. Ni siquiera desvió la atención de la televisión cuando entró Erizo.

—Hola, Max— lo saludó Erizo, con una sonrisa.

Max desvió lentamente la cabeza hacia Erizo, y la miró por unos instantes, pero la expresión de piedra de su rostro no cambió. 

Se limitó a levantarse del sofá, le acercó una silla a la invitada, y luego volvió a su sofá y su televisión.

Erizo se sentó en la silla muy lentamente, pues aún le dolían las cicatrices.

—Maxi, ¿no me conoces?

El muchacho siguió haciendo zapping con el control remoto.

—No conozco a nadie— contestó, sin mirarla—. Me visita gente, me dice lo mismo esperando que me acuerde de ellas. Me siento como si hubiese viajado a otro país.

MI PRIMERA CITA CON MAXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora