Dolor

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Max salió a buscar a Erizo desesperadamente.  Preguntaba a los campistas que veía y todos decían que le habían visto corriendo por el camino hacia las cabañas.   Para llegar más rápido, cortó camino por un sendero en el bosque, y en medio de la espesura, oyó muy leves gemidos de llanto.  Dirigió sus pasos hacia donde provenía el sonido, y halló a Erizo, junto a un árbol, sollozando acostada en el suelo, en posición casi fetal.  Se agarraba una pierna que tenía muy lastimada y ensangrentada.

—Erizo... mi amor... ¿qué te pasó?

La chica no contestó.  Sin mirarlo, trató de levantarse y seguir camino, pero el dolor fue más fuerte y cayó al suelo. Erizo se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar nuevamente.

—Mi vida... por favor... déjame que te ayude...—pidió Max.

—No me toques... dijo Erizo, intentando endurecer la voz.

 Max la miró con profunda lástima.

—...ni me mires tampoco!.-—exclamó la chica—. Ya viste de mí suficiente...

Y bajando la cabeza con una lágrima, agregó con vergüenza:

—...más de lo que debías.

—Todo esto es una tremenda injusticia, Erizo.

—¡Claro que es una injusticia!— lloró la chica—. Es injusto que haya gente como tú, que vaya por la vida jugando con los sentimientos de la gente...

 Max calló, aunque el pecho le explotaba de ganas de defenderse. 

—Es injusto que yo te haya creído... —agregó Erizo.

—Yo nunca...— empezó a decir Max.

—.... y lo peor que hiciste... fue darle la razón a mi madre.  ¡Odio darle la razón!

Max suspiró, y empezó a extraer el pequeño equipo de primeros auxilios que llevaba siempre en un bolsillo de su mochila, y preparó para limpiar la herida.

—¡No me toques! No quiero que me toques más...

—Pero tienes una herida grande, y sucia, y puede infectarse...

—¡No me importa! —sollozó Erizo—. ¡ojalá se infecte y me muera aquí mismo!

 Max se contuvo.

—Aparte, ninguna herida es más grande y más sucia que la que llevo adentro...— agregó la chica, con amargura—.  A ésa ya no hay nada que la cure...

—Ódiame si quieres, pero te curaré la pierna— y mojó un algodón grande con alcohol y le limpió la herida.  Erizo, al sentir el tremendo ardor del alcohol sobre la herida, lloró mas fuerte.

—¡Aaahhh!!  ¡Déjame, Max!! —gritaba Erizo, llorando de dolor—. ¡No quiero nada de ti!  No quiero tus curaciones, ni tus atenciones, ni... aaahh! — seguia gritando.

Max seguía limpiándole la herida, imperturbable.  Erizo seguía quejándose.

—...¡no quiero tu ayuda!.... no quiero tu consuelo... no quiero más tus miradas...  

El rostro de Erizo se deformó de llanto y dolor.  Ya no tenía razones, sólo deliraba.

—...no quiero tus caricias... no quiero tus abrazos... tus besos... que me vuelven loca...

 Después de una cuidadosa limpieza, Max le pasó un aerosol anestésico, del que usaba en el deporte, y el dolor disminuyó mucho.  Entonces la ayudó a sentarse apoyada en el árbol, y empezó el prolijo trabajo de vendar la herida.

MI PRIMERA CITA CON MAXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora