Capítulo 44

131 9 0
                                    

Michael

Sonó el timbre y dejé el trapo que tenía en la mano en la mesa del comedor y caminé hacia la puerta. Me asomé a la mirilla y tragué saliva al ver a Lucía con una sonrisa. ¿Qué hace aquí? Después de nuestra salida hace una semana no volvió a llamar y yo tampoco. No quería saber nada acerca de su cena con el idiota de Matías.

Caminé de lado a lado y respiré hondo. Puedo con esto.

—¡Lucía! —alcé la voz al abrir la puerta y dio un salto del susto.

—Me asustaste —rio levemente y le di un beso en la mejilla—. ¿Estás haciendo algo?

—Solo limpiaba los cuartos —miré hacia adentro y luego volví a mirarla—. ¿Qué tienes ahí? —pregunté refiriéndome a la caja que traía con ella.

—Son los postres que ibas a comprar, ¿recuerdas? —abrí los ojos emocionado y cogí la caja.

—Pasa —abrí más la puerta y miró el piso—. ¿No viniste a quedarte?

—¿Quieres que me quede? —preguntó con un tono de voz muy débil y sonreí.

—No te escuché —acerqué mi oído a ella y rio.

—¡Si escuchaste! —me empujó un poco y reí también.

—No viniste hasta aquí solo a entregarme esto —miré la caja—. ¿Por qué no me enseñas a hacer estos postres? Así podré ayudarte a la próxima.

No puedo explicar con palabras su cara en este momento. Es como si se hubiese ganado la lotería o si hubiese encontrado un tesoro.

—¿Lo dices en serio? —preguntó tratando de no reír y asentí con la cabeza.

Dejé la caja en la mesa y le di la mano. Cerré la puerta de la casa y la llevé a la cocina.

—Tienes suerte que limpié hoy la cocina, parecía un basurero —reí—. ¿Qué necesitas para deleitarme con tus deliciosos postres?

Se arregló el cabello y sonrió. Comenzó a decirme los ingredientes mientras los sacaba y por alguna extraña razón, tenía todo. Mientras ella se organizaba en la cocina, fui por la caja de postres al comedor y la abrí. Probé una galleta y me sentí en el cielo.

—Esto está increíble —dije con galleta en la boca debajo del dintel de la puerta de la cocina.

—¿Si? —preguntó un poco roja y me acerqué a ella.

—Dime que vas a estudiar gastronomía —negó con la cabeza riendo.

—Te conté hace mucho que quería estudiar derecho, como tú —alcé las cejas y luego la miré extrañado.

—¿En la misma universidad que yo?

—No podría pagar eso —suspiró y dejó de mirar la taza que tenía en la mano para luego mirarme—. En realidad, no sé si pueda pagar alguna buena universidad.

—Lamento que las cosas estén así de difíciles —asintió con la cabeza—. ¿Al menos diste el examen para alguna universidad?

—Sí, entré a la tuya —rio y abrí los ojos.

—¡Eso es increíble! —la abracé y me di cuenta del acto que acababa de hacer, así que me alejé—. No me habías contado —me arreglé el pelo y desvié la mirada.

—No quería ilusionar a nadie, menos a mí —alzó los hombros.

—Vas a lograr matricularte —volví a mirarla—. Yo te ayudaré a vender más postres y ahora que aprenderé a hacerlos, también los prepararé contigo.

—Eres muy bueno —sonrió—. No entiendo como Micaela pudo tratarte tan mal.

¿Micaela? Un momento...

¿Y si de verdad siente algo por mí? Esa frase de "no entiendo como Micaela pudo tratarte tan mal" suena mucho a lo que yo pienso de Matías. ¿Será que piensa que ella si me valoraría así como yo a ella?

Me miró esperando una respuesta y no supe que decir. Le miré los labios y sentí el impulso de simplemente besarla. Las acciones valen más que mil palabras, ¿verdad?

—¿¡Michael?! —escuché a Evan y comenzó a tocar el timbre repetidas veces—. ¡Ayúdame!

Salí de la cocina y caminé hasta la puerta. La abrí molesto por interrumpir y me sonrió.

—¿En qué quieres que te ayude? —pregunté confundido y rio.

—Solo quería que abras la puerta —entró al departamento y cerré la puerta—. ¿Qué hacías?

—Hola Evs —dijo Lucía fuera de la cocina y Evan volteó a mirarme para mostrarme su típica sonrisa de sarcasmo.

—¡Lu! Qué sorpresa —le dio un beso en la mejilla.

—¿Dónde está Danica? —pregunté cogiendo otra galleta de la caja que trajo Lucía.

—Tenía que salir con Angela —se tiró en el sillón—. Espero no haber interrumpido nada entre ustedes, a la próxima llevaré llave.

—No interrumpiste nada —dijo Lucía en un tono nervioso.

—¿Y por qué te pones roja? —preguntó Evan riendo y ella negó con la cabeza para luego entrar a la cocina de nuevo.

—Compórtate, por favor —dije cansado y se levantó del sillón para abrazarme.

—Iré a dormir, estoy muerto —me dio un beso e hice cara de asco.

—¿Qué te hice para que hagas eso? —me limpié la mejilla y rio a carcajadas.

Cogió un postre y entró a su cuarto. Volví a la cocina y Lucía ya había empezado a preparar el postre.

—¡Hey! —me paré a su lado—. Quiero aprender.

—Perdón, me emocioné —me miró y tenía harina en la nariz, reí y frunció el ceño—. ¿De qué te ríes?

—Tienes harina en la nariz —trató de limpiarse y le quité la mano.

Comencé a limpiarla y noté que estaba mirándome los labios. Noté mis nervios por lo cerca que estábamos. Nunca habíamos estado tan cerca. La miré a los ojos y los nervios desaparecieron unos segundos para que una fuerza de valentía se apoderara de mí. Me agaché más y cuando estaba a centímetros de sus labios se alejó.

—Michael...—susurró y miré el suelo.

—Lo siento.

Pensé que diría algo más, pero solo me dio la mano, para luego salir de la cocina. Escuché la puerta abrirse y luego cerrarse. ¿Debería seguirla? Si me rechazó el beso así es porque no quiere estar conmigo y acabo de arruinar una amistad por mis estúpidos sentimientos.

Cerré los cajones de la cocina haciendo que sonará muy fuerte y Evan salió de su cuarto. Respiré hondo y me miró extrañado.

—¿Dónde está Lucía? —ni siquiera pude mirarlo a la cara.

—Se fue.

—¿A su casa? ¿Por qué? —se acercó a mí—. ¿No te ofreciste a llevarla?

—No quiero hablar —traté de caminar, pero me detuvo.

—¿Qué hiciste? —lo alejé de mí.

—¡Intenté besarla y me rechazó! —grité y frunció el ceño—. ¿Feliz?

—¿¡Porque no la seguiste?! 

—¡No soy como tú! —le grité más fuerte—. Para ti todo es fácil, pero para mí no.

—¿Qué mierda dices? —me golpeó el hombro—. Le gustas a Lucía, de eso no hay duda —negué con la cabeza—. ¡Deja de ser tan desconfiado! Este no es el Michael que yo conozco.

—¿Por qué se fue así entonces? —lo miré molesto—. No le gusto y acabo de arruinar todo por tus estúpidos consejos.

—Estúpidos consejos —rio sarcástico y asintió con la cabeza varias veces, se molestó—. Vete a la mierda.


Una vida contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora