Capítulo 42

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Evan

Miré el reloj cansado y suspiré. Aún queda media hora para el almuerzo. Terminé de ordenar las bolsas y me senté en la silla frente a la caja registradora. Al menos los lunes a esta hora son tranquilos y no hay muchas personas.

Recordé que le prometí a Danica llamarla a la hora de almuerzo y sonreí. Ayer no pude verla y no puedo dejar de pensar en lo que pasó el sábado. Me tiene loco en todo sentido y no solo por lo que hicimos en el baño. Me tomó por sorpresa, ni siquiera la chica más atrevida me lo había hecho. Danica de inocente no tiene nada, al menos no conmigo. Sé que a veces puede ser un poco tímida, pero siento que nos pasa lo mismo cuando estamos uno con el otro, sacamos la mejor versión de nosotros mismos. Esa que no todos, ni nosotros, conocemos.

Una cara familiar me sacó de mis pensamientos. Fabrizio. ¿Qué hace aquí un lunes en hora de almuerzo comprando? Llegó a mí y sonrió al verme, sarcásticamente.

—Me alegra verte haciendo algo que vale la pena —seguí pasando los productos que quería comprar por el escáner y lo ignoré—. ¿No te dejan hablar aquí? —miró a los lados.

—Son treinta soles —lo miré seriamente y rio.

—Bueno, ignórame si quieres —me dio dos billetes de veinte soles y le di el cambio—. ¿Sabes? A veces pensaba en lo gratificante que sería poder decirte de todo y que no pudieras ni contestarme ni reaccionar como solías hacerlo —volvió a reír guardando el cambio—. Espero que Danica no te deje por tener un trabajo tan pobre como este, ¿vas a estudiar en la universidad? —le di la bolsa con sus cosas—. Cuando le diga que estudiaré economía en la mejor universidad de Lima, ya quiero ver en que piernas terminará.

Hijo de puta. Respiré hondo y dejé de mirarlo. No quiero perder mi trabajo, menos por este baboso. Me guiñó un ojo y se fue. Martín, mi amigo de al lado me miró extrañado y le hice una seña de que todo estaba bien.

Terminé de atender a los últimos clientes y por fin llegó el descanso. Caminé hacia el cuarto donde dejamos las cosas y me senté en una silla. Busqué mi mochila y saqué la botella de agua que había comprado en la mañana.

En eso, entró una chica que no había visto antes. Tenía el cabello marrón amarrado en una cola y unas cuantas pecas en sus mejillas. 

—Hola—me miró nerviosa—. No recuerdo si aquí dejé mi mochila.

—¿Eres nueva? —asintió con la cabeza.

—Sí, soy Alisson —me dio la mano—. ¿Evan? —miró el nombre en mi polo—. Me gusta tu nombre, así se llamaba alguien en mi colegio.

—No es un nombre común —miré mi botella.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí? —se sentó al frente mío.

—Tal vez dos semanas y media, no me acuerdo la verdad —rio—. Te irá bien, no es tan difícil.

—Sí, lo sé —la miré—. Solo que a veces soy un poco despistada y me pierdo.

—Ya te acostumbraras —me levanté de la silla—. Saldré a tomar aire.

—Yo comeré algo —sonrió y yo a ella.

—Bienvenida.

—Gracias.

Salí del lugar y cuando estaba a punto de llegar a la puerta, Martín me detuvo.

—Necesito que me hagas un favor —me jaló el brazo y lo miré extrañado—. Tenía que poner estas cajas en su lugar y me olvidé —negué con la cabeza.

—Estoy en mi descanso, después te ayudo.

—Evan, por favor —juntó las manos suplicándome y asentí con la cabeza rendido.

Una vida contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora