Capítulo 12

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Michael

Terminé de cenar y mientras lavaba el plato que había usado, me detuve a mirar el cuadro con la foto familiar que estaba colgado en la sala. Cuando mis papás empezaron a dejarme solo era realmente feliz. Evan venía e invitábamos a diferentes chicas. Casi siempre él terminaba con alguna de ellas en mi cuarto. A veces también venían Fabrizio y Matías, claro, cuando éramos un grupo unido y todos nos llevábamos bien. Luego esa felicidad se convirtió en soledad. Evan dejó de venir como solía hacerlo porque estaba más castigado que prisionero y ya ni siquiera me daba ganas invitar a cualquier chica o a otros amigos. Mis abuelas dejaron de venir cuando envejecieron y comenzaron a enfermar más seguido. Ellas me cuidaban y hacían el rol que mis papás no tuvieron el tiempo de hacer.  Extraño sentirme acompañado. Lidia, la señora que viene a limpiar una vez a la semana, es la única que me hace compañía. 

Prendí la radio y me senté en el sillón con una lata de cerveza.

Micaela vino a mi mente y deseé que estuviera aquí. Desde que comencé a salir con ella esa soledad que podía sentir disminuyó al menos un poco. Sólo espero que esté bien. Sé que para ella es muy importante no tener suspensiones o bajas calificaciones. No pensé que nos descubrirían hoy, me siento muy culpable, eso no estaba en mis planes. 

Sonó el timbre interrumpiendo mis pensamientos y me paré del sillón extrañado. Caminé hasta la puerta y la abrí. Sonreí al ver a Evan y lo abracé.

—¿Pensaste que no pasaría las doce contigo? —rio entrando a la casa.

—¿Qué pasó con tu papá?

—Lo de siempre —se sacó la casaca que tenía puesta y la tiró al sillón—. ¿Vamos al patio a jugar fútbol?

Sé que está huyendo del tema de su papá. Lo noto en su mirada vacía. Es la misma de todas las veces que pelea con la bestia de Sergio. Iba a preguntar si le había pegado, pero no quería que reaccionara mal. Pensé muchas veces en contarle todo a mis papás, pero mi lealtad hacia Evan es más grande que mi preocupación por él. Sabía que sus papás peleaban, pero nunca había llegado a ser tan grave como esa noche de noviembre.

Sonó el timbre y sentí un poco de miedo. Es tarde, ¿Lidia se habrá olvidado algo? Bajé las escaleras y cogí el bate que había dejado sólo por emergencia en la sala. Abrí la gran puerta y se me cayó el objeto que tenía en la mano al ver a Evan llorar frente a mí, golpeado.

—¿Quién te hizo eso? —pregunté con el enojo que empezaba a crecer en mí y él no podía ni siquiera decir algo—. ¡Evan!

—Mi papá respondió en voz baja. 

—Evan si esto es una broma...

—¡No, maldita sea! —me empujó y entró a la casa.

Cerré la puerta, temblando, por el frío y el miedo. Evan se sentó en el suelo y se secó las lagrimas.

—Tengo que contarle a mis papás.

—Ni se te ocurra —me miró—. Prometiste que jamás lo harías.

—No pensé que tu papá sería capaz de hacerte esto.

Miró el suelo.

—Yo tampoco —rio—. Ahora entiendes por qué detesto el alcohol, ¿verdad? —asentí con la cabeza aunque no pudiera verme.

Una vez en el patio, prendí las luces de la piscina y de la casa en general para poder ver entre toda la oscuridad.

—Tenemos que dormir temprano hoy, mañana me acompañarás a comprar todo lo necesario para la fiesta.

Una vida contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora