Epílogo

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Michael

9 meses después

Escuché dos toques en la puerta y giré la cabeza algo asustado. Por alguna razón ese sonido me sigue dando miedo cada vez que estoy solo en el departamento y sé que no espero a nadie. No puede ser Evan porque está en el trabajo y no llega hasta las tres de la tarde. Lucía está de viaje con su mamá y sus tíos en la sierra y mis papás no vienen hasta la semana entrante.

La puerta volvió a sonar y esta vez me paré del sillón dispuesto a ver quién era. Me acerqué y miré por la perilla. Al ver a Danica con Tamara en sus brazos abrí la puerta casi de inmediato.

No la veía hace más o menos un año.

Estaba más delgada y tenía unas ojeras que cualquiera diría que no ha dormido en mucho tiempo. Su cabello estaba más largo desde la última vez que la vi y ya no tenía ese brillo en los ojos que la caracterizaba. Sus ojos celestes ahora parecían azules, un azul oscuro que delataba tristeza.

—E...Evan no está aquí —tartamudeé de los nervios.

Que Danica estuviera aquí no era algo que pasaba normalmente desde que sus papás decidieron encerrarla como princesa en la torre. Estaba tensa, sudando y con cara de preocupación, pero algo más captó mi atención.

Tamara.

Era tan pequeña como Evan la había descrito y sus mejillas estaban de color rosado como en la mayoría de fotos que él le había tomado en los últimos tres meses desde que nació. Estaba envuelta en la manta rosada que Evan y yo le regalamos y sonreí, era la niña más hermosa que había visto jamás.

—No vengo a buscar a Evan —tragó saliva y me miró a los ojos—. Michael, necesito que me ayudes.

Asentí lentamente con la cabeza y la dejé pasar. Cerré la puerta cuando entró y ella se sentó en una silla del comedor. Me senté a su lado y los ojazos de Tamara hicieron presencia. No eran azules como los de Danica, pero si cafés como los de mi hermano.

—¿Puedo cargarla? —Danica sonrió levemente y asintió con la cabeza.

Me la entregó cual paquete. Traté de no llorar, pero fue inevitable. Era la primera vez que la conocía. Evan me prometió que yo sería su padrino, es casi como una hija para mí.

Danica hizo caso omiso a la situación y se sacó un sobre del bolsillo de su casaca. Lo puso sobre la mesa y fruncí el ceño al ver el nombre de Tamara escrito en el.

—Michael, necesito que le entregues este sobre a Tamara cuando yo te lo diga —negué con la cabeza, totalmente desconcertado—. No puedes decirle a Evan que este sobre existe, ¿me oíste?

—No entiendo, ¿por qué me das esto?

—¿Evan no te lo dijo? —sus ojos se llenaron de preocupación en un instante—. Michael, ¿desde cuándo no ves a Evan?

—Desde ayer en la mañana, se supone que se quedaría a dormir contigo anoche y luego iría al trabajo —Danica se levantó de la silla y se agarró la cabeza—. ¿Qué está pasando?

—Me voy del país. Hoy.

Fue como un balde de agua fría. Una sensación que no se la deseo sentir a nadie. Sentí que iba a vomitar. El aire se redujo en cuestión de segundos y mirar a Tamara en mis brazos me hizo entrar en pánico.

—Michael, tienes que buscar a Evan y prométeme —se volvió a sentar en la silla y me agarró de los brazos haciendo que la mirara—. Michael prométeme que los vas a cuidar —se le quebró la voz y yo negué con la cabeza varias veces—. Guarda muy bien el sobre, escóndelo.

—¿Qué es lo que dice? ¿Por qué no se lo das tú cuando regreses?

—Porque no sé si regrese —se secó las lágrimas que habían comenzado a caer de sus ojos.

—¿Evan lo sabe? ¿Pretendes que el se haga cargo de Tamara, totalmente solo? ¿Acaso te volviste loca? —volvió a ponerse de pie y me fulminó con la mirada.

—Es eso o mi abuela la mandará en adopción, Michael —tragué saliva ante su seriedad—. Cuídalos por favor, es lo único que te pido.

—Danica no, esto es muy injusto...no puedes hacernos esto.

—Amas a Evan como si fuera un hermano, ¿no es así? —asentí con la cabeza varias veces—. Haz lo que te pido por él, por favor. Prométeme que no le dirás de la existencia de esta carta y tampoco de esta conversación, Michael. Promételo —casi me rogó con desesperación.

—¿Qué le diré cuando vea a Tamara conmigo? Sabrá que viniste.

—Eso puede saberlo —suspiró—. Dile que me enteré de que mi abuela la mandaría en adopción y que no lo iba a permitir, pero que no encontré otra solución más que traerla aquí. Sólo vine y te la entregué con esa explicación Michael, ¿me entiendes?

Luego de prometerle a Danica que guardaría silencio y también la carta por el bien de Evan, seguí rogándole que no se fuera, pero ella parecía ignorar mis palabras y sólo se centró en despedirse de Tamara cuando me la quitó de los brazos. Esta vez las lágrimas que aparecieron en mis ojos no fueron de felicidad sino todo lo contrario. Escuchar a Danica despedirse de su propia hija fue lo más doloroso que pude haber escuchado jamás.

Se me pasó por la mente no hacerle caso a mi promesa y entregarle la carta a Evan a penas lo viera, pero la desesperación de Danica me hizo cambiar de opinión. Había algo que no me estaba diciendo. Y de todas formas esa carta no era para mi hermano, era para Tamara. No entendía del todo qué estaba sucediendo, sólo estaba confundido y hundido en una tristeza que empezó a desbordarse.

Me entregó a Tamara nuevamente y me dio un beso en la mejilla. Me susurró que cuidara de Lucía y que le dijera que jamás la olvidaría y casi no pude verla irse por tener la vista nublada de mis lágrimas, pero al escuchar la puerta cerrarse supe que a partir de ese momento nada sería igual y que tenía que buscar a Evan, lo más pronto posible.

Una vida contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora