Capítulo 4

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Evan

Terminé de alistarme y cogí mi mochila del suelo para ponérmela en los hombros. Abrí la ventana y saqué una pierna.

—¿Evan? —preguntó mi hermana y salté finalmente—. Así que así es como te vas al colegio todas las mañanas sin que te veamos —se cruzó de brazos y alzó una ceja.

—¿Prometes callarte y no decir nada? —saqué la caja de cigarros de mi bolsillo.

—Sólo porque no quiero que tengas más problemas con papá.

Iba a decir algo para insistirle, pero me quedé en silencio al escuchar su respuesta. Ella sonrió y volvió a la casa. Al parecer sólo había salido a recoger el periódico que tenía en la mano. Me puse el cigarro en la boca y lo encendí para empezar a caminar, pero la voz de mi papá me detuvo.

—¡Evan! —gritó enfurecido y volteé—. ¡Ven acá en este momento!

Maldecí por lo bajo y me acerqué a él, aún con el cigarro en la boca.

—¿Qué voy a hacer contigo? —me quitó el cigarro y mi respiración se hizo más fuerte—. Eres un caso perdido —me agarró de la oreja y me jaló dentro de la casa.

Me soltó y miré a Kiara, ella bajó la mirada.

—Hijo, ¿desde cuando sales por la ventana? —preguntó mi mamá sorprendida.

—Desde el año pasado —mi papá me quitó la caja de cigarros del bolsillo.

—¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? —tiró la caja en la mesa—. Vas a terminar como un desgraciado debajo de un puente —fruncí el ceño.

—¿Quieres hablar de vicios? —pregunté, retándolo, porque todos en esta casa sabían a qué me refería.

—Evan —mi mamá me detuvo antes de que pudiera continuar, pero me acerqué a mi papá porque no había acabado.

—Tú me enseñaste a ser este desgraciado.

—Es suficiente —se sentó en una silla—. Lárgate y no te quiero ver cuando vuelvas.

—Cómo si yo quisiera verte —cogí la caja de cigarros.

Salí de la casa y sentí un alivio de que esa discusión no pasara a mayores, como otras veces. Estaría enojado, pero puedo decir que esta vez gané yo, y todo porque mencioné su alcoholismo. ¿Qué ejemplo cree que tengo? Si el llegaba cinco veces a la semana ebrio. Tenía tan sólo ocho años cuándo comencé a preguntarme si eso era normal. Si era normal desear tanto estar con mi propio padre y no poder porque no estaba. Y si estaba, tenía resaca o ni siquiera me reconocía por la cantidad de alcohol que tenía en el cuerpo.

Decidí ignorar una vez más mis pensamientos y los guardé muy al fondo de mi mente. Tal vez para después, pero no para ahora.

Al llegar al colegio, fui directo al salón. Me senté en mi lugar y la clase comenzó. La profesora de matemática pidió que entregáramos la tarea, que por primera vez hice, pero tenía un poco de miedo entregarla, no sé si lo hice bien. Me paré junto con los demás y se la entregué finalmente.

Regresé a mi lugar y Michael apareció en la puerta. Tenía el cabello húmedo. Miré hacia afuera y estaba lloviendo. ¿Por qué vino caminando? Se sentó a mi lado y nos dimos la mano.

—¿Viniste caminando?

—Federico se quedó dormido —se sacudió el pelo.

—¿Por qué no viniste en taxi?

—Sigo algo dormido, no pude pensar con claridad y vine corriendo —reímos.

Después de una larga hora viendo números por toda la pizarra sonó el timbre de cambio de hora avisando que tocaba historia.

Una vida contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora