la cena

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El calor estaba asqueroso y la ropa se pegaba a la piel, más en los vestidores tan pequeños que las tiendas ofrecían.

Me quedaba media hora si quería llegar al salón a tiempo -incluyendo en ese tiempo encontrar algo digno que ponerme en la cena- y estar lista.

No me gustaba ir de compras, y en situaciones así era me arrepentía de no haber comprado antes.

Las camisetas cada vez eran más cortas y las faldas más brillantes, quería algo que podría usar después y no quedaría pudriéndose dentro de mi armario.

—necesitas algo... ¡innovador! —me dijo el chico del salón mientras pasaba unas tijeras muy cerca de mi cara y corría un mechón detrás de mi oreja con la otra.

Había comprado un vestido blanco, con flores rosadas que tenía una abertura en las costillas y no llegaba a más de la rodilla, había salido a buen precio y no necesitaba plancharlo.

El salón fashion and glamour se encontraba lleno de chicas con cortes estrambóticos y chicos de cabello de colores.

—creo que un alisado estaría bien —le dije al muchacho de pelo azul con más aretes de los que yo tenía.

—está bien linda, no estás lista para el cambio.

El resto de la sesión fueron dos largas horas donde mi querido estilista decidió utilizarme de paño de lágrimas.

—¿nunca has sentido que por más que te esfuerces no vas a estar con esa persona? Oh maldicion, mi rímel —dijo mientras prensaba mi cabello en la plancha.

—créeme que si.

Salí del salón/episodio de la rosa de Guadalupe y conduje a casa. Estaba tomando tanto esfuerzo para verme bien para una familia que no conocía; para un chico que no conocía -y no sabía si quería conocer- tantos esfuerzos para una noche.

El problema no era que yo lo conociera, el problema era que él no me conocía a mí.

Entré a casa y mis intentos de impresionar a la familia se veían indefensos cuando veías las molestias que mi madre había pasado. Sabía que estaba emocionada porque había sacado la vajilla fina ¡nunca sacaba la vajilla fina! Era como una mito familiar que nadie había visto.

—es demasiado fina para que ustedes, manos flojas, vayan a partirla en una usada —decía cada vez que tocábamos el tema.

Había subido a arreglarme cuando me puse los tacones, practicar en alfombra no serviría de mucho, pero no los usaba desde el baile del año pasado y eso podría ser mortal.

Me dediqué a caminar de un lado a otro y recordé cuando era pequeña y hacía lo mismo. Me asomé por mi cortina y vi que él tomaba su chaqueta, en cualquier momento llegarían. Maldije y tiré los tacones para poder correr al baño. Volví a ponerme perfume y retoqué mi boca. Todo saldría bien, éramos unos extraños, no tenía por qué ser raro.

Caminé por el pasillo de arriba y los escuché hablando, empecé a bajar las escaleras y lo vi, sabía que todos me estaban viendo y ahí fue cuando el tacón se dobló. Me tambaleé y sentí una mano en mi brazo.

—¿estás bien? —me preguntó.

—perfecta —dije soltándome de su agarre.

Yo no tenía un intermedio: o sonaría como una obsesionada, o sería cortante a morir.

Saludé y después de uno que otro piropo estábamos compartiendo mesa. Veía sus pestañas y envidiaba el largo de éstas. Sus padres hablaban de el como si fuera un prodigio cuando era bastante ordinario.

Los dos éramos hijos únicos pero nuestras familias eran muy diferentes.

—¿Dylan dónde estudias? —preguntó mi padre.

Maldije en voz baja.

—Oxford, último año.

—¿Oxford?, Mía también estudia ahí, ¿cierto Mía —preguntó mi madre mientras yo pensaba que tan fácil sería correr hasta la entrada y mudarme a Canadá.

—si, yo, es raro que no te haya notado —fingí limpiando mi boca.

¿Quién no lo había visto? Tal vez la única respuesta era alguien ciego. Marisabel estaba obsesionada con él, las menores estaban obsesionada con él y yo estaba compartiendo mesa con él y fingiendo que era invisible para la escuela. ¡Maldición Mía!

Pude haber dicho: "oh cierto! Compartimos algunas clases"

Yo sabía que mentía y él sabía que yo mentía.

Abrió su boca y mis nervios aumentaron.

—vamos a Ingles juntos —se dirigió a mí— pero soy lo suficientemente malo en inglés que aunque habláramos no me entenderías —dijo causando que la mesa riera.

Le sonreí y me correspondió guiñándome el ojo.

El olor a pastel, colonia y vino inundó de manera perfecta el resto de la velada.

—fue bueno recibirlos —dijo mi madre mientras corría de la esquina la copa del señor O'Brien con gesto de terror de la posibilidad de que la copa cayera.

—¡fue un gusto venir!

—fue un gusto que al fin me notaras —me dijo Dylan arreglando su manga arremangada —supongo que deberás notarme mañana.

—supongo que sí —dije apoyándome en el borde de la puerta.

—me gusta tu vestido —dijo ignorando mi apretón de manos y depositando un beso en mi mejilla— te recordaré —me susurró mientras se iba a su casa sin mirar atrás.

Y justo cuando mis mejillas se ruborizaron y mi boca casi tocaba el suelo, se giró, rió y desapareció hasta su casa.

Ahora si no tendría más que imaginar que tenía sentimientos por él. ¡Maldición!

Me pegué a la puerta cerrada y me deslicé hasta el suelo y tiré los tacones hasta la entrada de las escaleras.

—¡cuidado con el plato! —gritó mi madre que ya había vuelto a su estado natural.

Caminé con los tacones en la mano y esperé a que llegara a su casa.

El chico de al ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora