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✨CIELO, LUNA LLENA Y MÁRMOL ✨

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✨CIELO, LUNA LLENA Y MÁRMOL ✨

KAÍN

Le doy una calada profunda al puro y, al exhalar, el humo se enreda en el aire y llega a cubrir mi vista impidiéndome mirar a aquella mujer que permanece en el centro del escenario y acapara tanto los reflectores como las miradas de todos los espectadores.

Sus largas piernas, adornadas con encaje negro, suben y bajan a través de un ritmo que sigue a la melodía que resuena por todo el espacio. Desde mi lugar escucho a las risas profundas y al repiqueteo de las copas que los otros agitan al ritmo de la música, la mayoría se encuentra embriagado por el licor y también por el espectáculo.

A mí tampoco me importa saber si el tiempo se diluye aquí, pues no tengo prisa.

Las luces rojizas y doradas bañan a la plataforma del escenario, los reflectores enfocan a cada una de las bailarinas que mueven las caderas al unísono y menean sus faldas de plumas que se elevan como alas de cuervo. Al girar, dirigen sus ojos hacia la multitud porque saben qué efecto tienen sobre el público. Disfruto de su provocación, del papel que se esfuerzan por cumplir para lograr entretener a todos.

Mientras le doy una calada al puro miro que un hombre canoso parece que ha olvidado cómo parpadear debido a que una de las bailarinas se ha acercado y realiza un paso donde levanta la pierna hasta la altura de su hombro. A mi derecha, un anciano silba fascinado y aplaude sin apartar la vista de la excéntrica coreografía. Los dos me arrancan una sonrisa burlona.

Pronto la música se vuelve casi ensordecedora y una nueva figura aparece en escena: Se trata de una mujer de cabello cobrizo, con los labios bien pintados en rojo, luce un ceñido vestido de lentejuelas plateadas que deslumbra. Mira al salón con descaro y sus labios se entreabren en una sonrisa pícara que pone a murmurar a varios hombres. Un par de atléticos hombres la elevan como si fuera una joya rara y la hacen girar en el aire.

Los gritos vuelven a llenar el ambiente y yo sólo observo sin borrar la sonrisa de mi rostro. Disfruto de permanecer en un lugar exclusivo, lejos de cualquiera que intente molestarme.

La bailarina desciende con gracia al deslizar las piernas por los brazos de los hombres que la sostienen y termina de pie en el centro del escenario. No apaga su sonrisa y mantiene a los espectadores atrapados al ritmo de sus pasos, y cuando la música baja de tonalidad una voz susurrante emerge de sus labios. Su canto es tan peligroso como el filo de una navaja y la letra es una advertencia de lo que ella representa. Desliza sus manos por su cintura y gira en cada verso, devolviéndole la mirada a quienes están más cercanos a ella.

Algunos intentan disimular su excitación, aunque siguen observándola. El hombre canoso se limpia el sudor que le escurre por la frente y el anciano permanece completamente absorto en el espectáculo.

Sin previo aviso, la mujer baja del escenario y los que están en las primeras filas se tensan cuando ella pasa y desliza sus manos por los hombres de cada uno mientras les guiña el ojo. Decide observar hacia los palcos y apenas me dedica una mirada fugaz, sé que bien sabe quién soy, pero ella prefiere seguir con su pequeño juego de seducción y yo sólo me limito a sonreír.

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