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✨EL PRÍNCIPE DE LA LUNA✨

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✨EL PRÍNCIPE DE LA LUNA✨

CRYSTAL

Lo único que logré escuchar, a través de la oscuridad del jardín, era el sonido de los gritos de júbilo que brindaban por el bienestar de los príncipes de Alshain y Altair. Sentía a todo mi cuerpo frío y mi mirada no pudo apartarse de la presencia de Jaden hasta que desapareció por uno de los pasillos iluminados por candelabros de velas. Entonces, al notar que de verdad me había abandonado, las lágrimas fluyeron con fuerza y yo me limpié el rostro de manera torpe.

Intenté encontrar algo de dignidad en medio del dolor, cuando una carcajada brotó a mis espaldas y consiguió helarme la sangre. Para mi desgracia, al girarme descubrí que Kaín me observaba con la típica sonrisa burlona que dejaba en evidencia a ese par de hoyuelos que pretendían ser encantadores. En sus ojos estaba el brillo de la chispa de desprecio que tan bien conocía.

A él le encantaba disfrutar de mi miseria.

—¿Por qué estás llorando esta vez? —preguntó, acercándose con lentitud, como si saboreara cada paso que me hacía retroceder un poco más.

—Qué te importa —repliqué, cansada de él, de Jaden y de todos los demás.

Temí por mi bienestar cuando su mano se extendió hacia mi dirección, rozó a las puntas de mi cabello y se inclinó un poco, luego más y más, tanto que sentí su calidez casi sobre mí y mis ojos se cerraron, creyendo que pronto sentiría a su boca sobre mía.

—¿Creíste que te besaría, fea? —Se burló y se apartó de golpe. Justo en ese momento, un fuego artificial iluminó su rostro y vi la expresión cínica que tenía encima. Él sonrió, como si todo esto fuera un juego—. Qué decepción, Crystal. Deberías saber que un beso de mí está muy, muy lejos de tu alcance.

Sentí cómo la vergüenza me quemaba el rostro, pero la rabia intentaba abrirse paso también.

—¿Por qué son así conmigo? ¡No lo entiendo! —Mi voz sonaba rota, frágil, casi irreconocible, pero no pude detenerme—. ¿Por qué me tratan como si fuera... menos que nada?

Le bastó con soltar una pequeña, e inaudible, risa antes de tomarme del mentón con una mano, con una fuerza que casi me dolía. Su pulgar y su índice se clavaron en mi piel, y me vi obligada a mirarlo directamente a esos ojos crueles, que no mostraban ni una pizca de compasión.

—¿Quieres saber por qué, princesita? —Su tono era gélido, cada palabra igual que un cuchillo—. Porque para mí siempre has sido... insignificante. ¿Te das cuenta? No eres nada. Eres solo una sombra que vaga por mi vida, sin razón ni propósito.

—Insignificante —repetí, a punto de volver a quebrarme en llanto.

—Sí, —asintió, sin dejarme escapar de su agarre—. Insignificante. No despiertas en mí ni la más mínima curiosidad. No tienes nada especial, nada que ofrezca valor alguno. ¿Cómo esperabas que te mirara como algo más que una molestia que me sigue de un lado para otro?

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