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✨AROMA EXCEPCIONAL✨

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✨AROMA EXCEPCIONAL✨

ALEXIS

Cuando era niño, a la sultana le gustaba repetir que yo había nacido en el día en que el sol alumbró hasta la última montaña y causó que la tierra se cuajara por culpa del calor. Ella me bautizó en nombre de los mártires que habían muerto cruzado el desierto y el sacerdote me bendijo bajo el sol que pudo volver arena a las montañas.

Rhea. Ese fue el nombre de la mujer que decidió que yo sería su hijo.

Y, a pesar de que yo no formaba parte del linaje de víboras, a los quince años, la sultana insistió con recordarme que, gracias a ella, yo sí que era parte de los Titanos.

Al igual que todos los príncipes de Antares, tuve que demostrar ser un verdadero hijo del desierto al ingerir el veneno de distintas cobras. La prueba era tomar hasta la última gota cuando las lunas iluminaran al cielo y aguantar hasta ver de nuevo al amanecer. Si moría, significaba que era un bastardo cualquiera, pero si sobrevivía...entonces nadie habría de cuestionarme como el futuro sultán.

Un ritual propio del desierto, en el cual yo estaba destinado a morir.

La sultana fue quien me preparó para tan larga noche, contándome mil historias que repetí en mi mente de una forma difusa. Y, cuando bebí el veneno, yo no conocí a las constelaciones de las serpientes celestiales, sino al sol que fue el creador del desierto y al tigre que surgió del mismo fulgor que se encargó de traer a la vida a las inmensas montañas.

Entonces, en hindari, aquel idioma tan desconocido, incluso por la propia familia imperial, Rhea me habló de las torres de oro, de oasis cuyas aguas concedían vida eterna y de soles que habían colisionado para dar vida a la región de Antares.

Sha'beel alka'rat. Fue la palabra que escuché en medio de alucinaciones, cubierto por una fiebre que bien pudo haber sido provocada por una tormenta solar.

El rey que entregó luz a un camino de sombras. Y ese era su significado, uno que debería de considerarse blasfemo para una víbora, porque es bien sabido que, dentro de la divinidad de las constelaciones, es el tigre quien le arranca el cuello a las serpientes para que estas ya no invadan a su reinado, a su desierto.

Mir sha'beel. El hijo pródigo.

El absoluto gobernante que, indiscutiblemente, ejercerá su voluntad sobre el sol que, algún día, también habrá de colisionar contra su propio resplandor.

Rhea me nombró su legítimo heredero.

Y puso en mis hombros una carga que jamás, ni siquiera como un niño, habría deseado.

Murmuro una maldición en cuanto la insatisfacción vuelve a hacerse conmigo. De inmediato, el bolígrafo se encarga de rayar al boceto que dibujé a base de lápiz y arranco la hoja del cuaderno para aventarla lejos de mí.

SiderealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora