• CAPÍTULO 14 •

2.7K 232 59
                                    

Karol Sevilla

Ruedo en la cama una y otra vez incómoda. Hermes duerme a mi lado y el idiota me ha quitado las sábanas.
No es que tenga mucho frío, sólo que siento que mi cuerpo me está pidiendo algo y no soy tonta para no saber lo que me exige; me exigen las manos de Ruggero. Bueno, más bien sus dedos.

Me levanto silenciosamente y salgo de la habitación.
Los matones de Ruggero están por los pasillos haciendo sus turnos de vigilancia y admito que me da cierta pena que me vean ir hacia su recámara a esta hora.

Abro la puerta sin tocar y me quedo boquiabierta cuando veo que se está haciendo una paja.
El ruido resuena en toda la habitación, la tiene bien parada y su mano es agresiva.
Tiene los ojos cerrados y me sorprende que no se ha dado cuenta de mi presencia.

Cierro la puerta detrás de mi muy silenciosamente y me encamino hacia él hasta que...

—¡Sal de mi cabeza Karol, joder!

—¿Me estás dedicando una? Me alagas. —Abre los ojos de golpe, sin embargo no se deja de tocar.

—No vas a dormir aquí, vete.

—¿En serio? Pero si el espectáculo está bueno. —Me pongo a su lado—¿Quieres ayuda?

Quiere hablar, pero mejor se calla y su respiración aumenta cuando me pongo de rodillas en el piso y comienzo a tocarlo de arriba abajo.
Él quita su mano algo dudoso y me deja el trabajo a mi.

—Se que es incorrecto pensar en ti mientras que me la jalo. Pero hoy tuve un pésimo día y son las tres de la mañana y no he podido dormir.

—¿Estresado?

—Mucho.

—Entonces déjame desestresarte. Conozco una táctica muy buena.

Traga saliva cuando aumento mis movimientos de la mano y lo veo cerrar los ojos. Pero no lo hago sólo por su placer, también lo hago por el mío.
No me gusta alabar a las personas cuando tenemos sexo, pero a éste hombre le mide demasiado y lo único que quiero es probarla.
Me humedezco los labios y lo vuelvo a ver; sigue teniendo los ojos cerrados con el ceño fruncido.

Me relamo los labios una vez más y me acerco a este... pasando mi lengua por toda su longitud.

—Oh, mierda...—Gime. Anhelaba tanto volver a escuchar su gemido y eso me estimula a hacer lo mismo muchas veces; desde el tallo hasta la punta.

Una vez ya humedecido y sin dejar de lado los movimientos de mi mano, me enfoco en la punta y mi lengua le da toda la atención.
No para de gruñir y de gemir. Lo cual es suficiente para que yo aumente mis movimientos.

No me da asco metérmela, no me dan ganas de hacer arcadas ni nada pues considero que tengo experiencia en mamadas.

Succiono la punta y lo meto más a mi garganta pero aunque quiera meterme todo, es imposible ya que es muy grande.

Levanto la vista y la imagen que veo me excita más.
Pero ahora mis ojos bajan por su abdomen marcado y me enfoco en sus tatuajes.
Ya los había visto antes, pero nunca me enfoqué en ellos lo suficiente.

En una parte tiene uno no tan grande pero no tan pequeño de un león con una corona. Debo suponer que simboliza que es él.
Tiene otro en la parte de las costillas, parece ser un lobo decorado con un fondo de un bosque, pero debajo de éste hay dos aves, dos palomas para ser exactos. Son pequeñas a comparación de sus demás tatuajes.

Veo todos los demás y me dan ganas de hacerme uno.
Me desconcentro de los tatuajes cuando suelta un gran gemido que me provoca una corriente eléctrica.
Acto seguido su mano se coloca sobre mi cabeza y no tiene piedad, quiere que me la meta toda.

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora