• CAPÍTULO 33 •

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Todos se encuentran en silencio. Hermes no deja de fulminarme y lo único que se escucha es la balacera que hay en unos kilómetros más adelante.
Los disparos se empiezan a escuchar chocar en el helicóptero y aunque esté muy asustada no lo demuestro.

El helicóptero aterriza, el pánico me invade cuando el primero que sale es Maxon con su ametralladora a todo lo que va.
Después le sigue Agustin y Sophia disparando sin piedad y desde la ventanilla veo como los primeros policías caen muertos.

Después sale Hermes y me asombro el verlo usar un arma contra otras personas pues nunca antes lo había visto.
Le sigue Ruggero que me advierte que me quede aquí adentro con el piloto y que por nada del mundo me salga hasta que ellos regresen con el cuerpo de Simón y si es que no lo encuentran, pues no se irán hasta bombardear toda la central.

Pero cuando Bratt se para, me entrega un arma muy grande y pesada.

—Úsala en casos de emergencia.

—Pero no sé.

—Sí sabes, Hermes te enseñó.

—Me enseñó poco.

—Deja de hablar y úsala para emergencias.

Sale del helicóptero y cierra la puerta.
El piloto pone marcha de nuevo y se eleva a los aíres.
No le hace daño todas las balas que chocan contra nosotros pues es un helicóptero muy reforzado; pero eso no quita el hecho de que me asusta.

—Aquí está segura, señorita.

—No me fio tanto.

—Soy un gran piloto, llevo trabajando mucho para el señor Pasquarelli.

—Sigo sin fiarme.

Me asomo por la ventanilla y es increíble ver las cantinas de policías a los que matan en segundos.
Ruggero es el que va más adelante que todos, Maxon la lleva de segundas y al último se encuentra mi hermano que les cubre la espalda a muchos.

Pero la angustia me vuelve a llegar cuando él se esconde tras un gran portón porque le empiezan a disparar.
Se ve que no tiene escapatoria, nadie se percata de eso y aunque él les dispare, son muchos.

Es Agustín que al cabo de unos segundos comienza a cubrirlo y eso lo ayuda, pero no lo suficiente.

—¡Señorita! ¡No!

Me grita el piloto cuando me quito el cinturón de seguridad y abro la puerta.
El ruido del helicóptero resuena mucho pero eso no me impide tomar la arma de fuego y apuntar hacia un policía que le dispara a mi hermano.

Cierro un ojo, me pongo recta y calculo la distancia con el acercamiento que me brinda la ametralladora.
Me sudan las manos, mi pulso está a mil y lo único que pasa por mi cabeza es que mataré a otra persona, y esta vez no por defensa propia.

Me relamo los labios e ignoro los reproches del piloto.
Suspiro, mordiéndome la mejilla por los nervios y aprieto el gatillo; haciendo que caiga al suelo ya muerto.

La adrenalina vuela en mi y apunto a otra persona, haciendo lo mismo, disparándole y haciéndolo caer al suelo.

Sonrío victoriosa.

Vuelvo a apuntar a otro sujeto y lo hago de nuevo, lo mato.
Es una sensación muy agradable, es como jugar un videojuego en donde no queda de otra más que ganar porque como estás arribas, llevas la delantera.

Mato a dos más. No. Mato a seis, siete, ocho, nueve personas más hasta que los de la élite se percatan de mi y me voltean a ver.

Prácticamente les cubro la espalda a todos hasta que ya no los veo en la parte de afuera.
Han logrado meterse a la central y lo único que se escuchan son los disparos de todos pues creo que ya se han reunido con los demás sujetos que vienen con Ruggero.

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora