• CAPÍTULO 5 •

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Dos horas pasaron.
Pude haberme ido con Derek y pasar un buen rato con él pero en vez de eso aquí estoy esperando a que alguien me diga qué es lo que está pasando allá adentro.
Tras más largos minutos de espera, fue mi hermano al que vi salir de la oficina de mi padre muy enojado. Tanto que había azotado la puerta; nadie puede azotar la puerta del jefe, pero él lo ha hecho. Y está muy pero muy enojado.

—¡Tú!—Me miró—¿¡De dónde putas conoces al señor Pasquarelli!?

—Eh, Yo...

—¡Contesta Rápido!

—Lo... —Lo conocí una vez que me escapé de casa para ir a un antro—Lo conocí en la calle.

—Cuántas Putas veces te tengo que decir ¡Que no hables con extraños! ¡Joder!

—¡Lo siento!—Que Hermes me grite si me duele, y me duele mucho.

Mis ojos comenzaron a arder y aunque hice lo posible para que mis lágrimas no se cayeran, como quiera cayeron.
Mi hermano al ver tal escena pareció compadecerse de mí pues se acercó y me las limpió.

—No llores, yo no te he enseñado a llorar.

—Hermes... ¿Qué está pasando?

—Primero que nada, quiero recordarte que los únicos que lloran son los débiles. —Suspiró—Y ese tal Pasquarelli es un líder de la mafia. Nuestro padre ha querido hacer tratos con él desde hace años o bueno, tratos con su padre pues era él el que estaba antes al mando.

—No estoy entendiendo nada, ¿Él también es como tú y papá?

—Podría decirse que mejor. —Mierda—Y no porque nosotros seamos peores sino que él tiene las mejores zonas de tráfico de armas y metanfetaminas. —Como odio que mencionen las drogas—Tiene a mucha gente trabajando para él y...

—Ve al grano Hermes. —Sus ojos transmitían tristeza, Ay no.

—Te sacare de esta, lo prometo. —No pude contestarle porque alguien había salido del despacho de mis padres.

—Señorita Karol, Su padre quiere hablar con usted. —Era uno de los matones de mi padre.

—Escúchame bien. —Volvió a repetir Hermes—Te sacaré de esta como que me apellido Sevilla.

Hermes se marchó y no tuve de otra más que entrar al despacho donde mi padre estaba tras su escritorio frente a Ruggero.
Pero no estábamos solos, había mucha seguridad aquí cuidando.

—¿Si, Padre?

—Mi vida, siéntate por favor. —"No demuestres debilidad" Es una de mis reglas de oro. Así que firmemente caminé hasta sentarme Justo alado de Ruggero pero ni siquiera me ha mirado.

—Justo iba de salida, Padre. Iré a ver a Liam.

—El señor Pasquarelli ha venido aquí para pedir tu mano. —¿¡Qué!?—¿Acaso no es una buena noticia? Oficialmente les otorgo el permiso para que se casen.

—No quiero.

—Si quieres.

—Oh Padre, créeme que no quiero.

—Que sí quieres. Mira, el señor Pasquarelli es un buen muchacho que siempre te respetará aunque...

—Mi respuesta es no. Dime Hades, ¿Se te olvida que ya no estamos en esa época? ¿En esa donde obligan a sus hijas a casarse? Mi respuesta es un rotundo No.

—Yo soy tu padre, Yo mando.

—¿Y mi madre sabe de esto? Porque no me molestará llamarle y...

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora