• CAPÍTULO 20 •

3.6K 250 141
                                    

Abro los ojos lentamente por las voces que se escucharon.
Sigo acurrucada en el pecho de Ruggero y es fácil deducir que es Bratt el que está en la habitación.

—No lo encontramos.

—Ustedes siempre me quieren sacar de mis casillas.
Tú te vas a hacer cargo de contarle a Hermes de lo ocurrido, tú te vas a hacer cargo de encontrarlo donde quiera que esté.

—Hermes es muy sobre protector, no creo que sea necesario que se lo contemos.

—Le di mi palabra a Hades de que cuidaría a su hija como el tesoro que es así como también se lo prometí a Hermes. Así que cumple tu maldito castigo y vez a contárselo.

—Él y yo no tenemos una buena comunicación...

—Me vale madres lo que pase entre ustedes, ahora déjame en paz con mi mujer y lárgate de mi vista que no te quiero ver.

—Sí que estás enamorado.

—Esté enamorado o no, ese es mi problema. No necesito amar a Karol como para defenderla porque puedo hacerlo por el simple hecho de que se va a casar conmigo, es mi mujer, es mía. Y lo que me pertenece se me respeta. —Yo no soy de nadie, hijo de puta.

—¿A quién intentas engañar? Se ve que te mueres por ella, que te encanta y la amas.

—¿Celoso? Nunca tendrás a una mujer como la mía.

—¿Y quién dice que no?

—Bratt, vete de mi vista por favor. No me apetece seguir viéndote la cara.

—No. Ella no está preparada para ser la reina y bien lo sabes.

—Lo que haga con mi vida es mi asunto.

—Necesita ver la realidad, necesita salir de esa burbuja donde la tienes metida.

—¿Y ese era tu punto? ¿Meterla ahí para que se diera cuenta de lo que vivimos? Porque no creas que me pueden mentir. Es más que obvio que si se la dejé encargada a Maxon y regresa en tus brazos del pasillo de los castigos, era porque la llevaste a verlos.
Sólo no te mato porque...

—Porque no puedes.

—Porque eres mi mejor amigo. —Lo corrige—Por eso, y porque para la mafia es importante la familia y tú eres de mi familia pero si no fuera por eso, te tendría colgado con cadenas y quemándote con un lanzallamas todo el cuerpo.

—Me alagas.

—Sal de mi vista.

—Edúcala. No conviertas a esa guerrera en una princesa consentida.

Sus últimas palabras me dieron en el pecho.
Odiaba que dijeran que soy una princesa, odiaba que me comparasen con alguien débil y he dejado pasar que ese sea mi apodo porque discutir con Ruggero es cosa perdida.
Pero una cosa son los apodos y otra es que en verdad piensen eso de mi.

Sigo acurrucada en sus brazos por tal vez diez minutos más hasta que levanto la cabeza para verlo; está despierto.

—¿Estas bien, princesa?

—No soy una princesa.

—La mía si.

—No soy tuya.

—¿Te despertaste con ganas de discutir? Porque estabas mejor cuando estabas callada.

—Ya no quiero que me abraces. —Lo alejo pero fue una mala idea porque me toma muy fuerte y me hace caer sobre su pecho—Ya déjame.

—Ey, ¿A dónde vas?

—A un lugar que no sea aquí. —Intento volver a pararme pero de un ágil movimiento me obliga a rodar y ahora es él el que está encima de mi tomando de mis muñecas—Suéltame.

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora