• CAPÍTULO 57 •

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—Señor, los tenemos.

Vuelvo a abrir los ojos, siento que he quedado inconsciente por unos minutos y cuando los vuelvo a abrir ella ya no está.

Las ganas de querer volver a verla me invaden y gasto la poca energía que me queda para ponerme de pie.

Uno de mis hombres me entrega una botella de agua que no dudo en aventármela a la cara para despertar al cien.
Me echo en los brazos y en la herida de la pierna.

Ellos me escoltan hasta donde están todos y la busco con la mirada pero no está.

Los hermanos Brooks están de rodillas ante el círculo de todas las personas.
Natalia se encuentra con las niñas, y Octavio no tarda en verlas y entrar en pánico.

—¡Madison! ¡Lily!

—Oh, ¿tus sobrinas?

—Te lo ruego, no les hagas daño.

—¿Daño?—les sonrío, extendiendo mi mano para que caminen hacia mi, y una vez ya a mis lados las abrazo por sus cinturas para restregarle en la cara a ellos de que las tengo bajo mi poder—No les haría daño a mis nuevas niñas.

—¡Hijo de...!

—¿Por qué no le muestran a sus tíos lo que tienen en ese bolso?

—Si señor.

Lily abre la bolsa y deja caer las cabezas de sus hijos.
Cierro los ojos y respiro profundo cuando Octavio les rompe los tímpanos a la mayoría de aquí por sus fuertes gritos y lamentos.

Vuelvo a sonreír, abro los ojos y las cabezas le rodaron hasta ponerse en las rodillas de su padre.

Octavio llora desesperado, y como no está amarrado abraza las cabezas de sus hijos como si eso le fuese a regresar la vida.

Me quedo un momento admirando su sufrimiento, para después volver a hablar.

—Yo sólo tuve que matar a tu hija. Ellas se encargaron de tu pequeño violador.

—¡Hijas de puta! ¡Hijas de la gran puta! ¡Traicioneras!

—¡Malcom me tocó!—grita Lily muerta en llanto—¡Se lo merecía!

—¡Las mataré, hijas de la putisima madre!

—Ahora ellas me pertenecen.

—Alejandro te matará —susurra Dai—Irá por ellas y por ti.

—¡Qué venga! Lo estaré esperando con ansias.

Camino hasta ese hijo de puta y me pongo en cuclillas frente a él.
Nos fulminamos por unos momentos, pero no dura mucho la conexión porque saco mi cuchillo y le rompo la playera.

—¿Sabes? Me enteré de que mi hermana no tiene extremidades de su cuerpo —volteo a ver a Dalton quien graba la escena para enseñársela a Ana—Mi hermana ha perdido cosas y creo que tú debes de sufrir lo mismo.

Grita horriblemente cuando le encajo el cuchillo y le mocho el pezon derecho.
No me detengo cuando hago lo mismo con el otro y los dejo en el suelo.

Vuelvo a mirar a la cámara y sonrío.

—Espero que estés disfrutando esto, hermana.

—¡Ella me amaba! ¡Yo la amaba! ¡Tú no sabes lo que nosotros tuvimos!

—¡Cierra la boca!—le encajo el cuchillo en el abdomen y lo apuñalo seis veces seguidas.
Después me pongo de pie, y Sophia me pasa un bote con gasolina.

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora