Hermes Sevilla

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Camino hacia la entrada de la mansión Pasquarelli con mis hijos frente a mi. Les he tenido que dar de desayunar en mi casa pero no quisieron comer tanto y me preocupa que se deba a lo sucedido anoche.
Tendré que llevármelos definitivamente a mi casa y tratar de hacer lo posible para pasar más tiempo con ellos.

—Hola Hermes —me saluda Agustín al pasar y de nuevo se entretiene con mis hijos como la vez pasada—Hola niños del demonio, ¿alguno de ustedes quiere jugar a encuentra la bomba escondida?

—Ya no caeremos en ese juego —se enoja Helios—¡Casi me vuelas la cabeza!

—No aguantan nada.

—Preferimos jugar a algo divertido. Como a policías y ladrones o a las atrapadas.

—¡Policías y ladrones! Amo ese juego. Pido usar el lanza llamas.

—Tienen cuatro años Agustín —lo hago a un lado y sigo con mi camino para que los niños vengan detrás de mi.

—¡Deberías guiarlos por el área de la ciencia y no de los policías!

Lo ignoro y los llevo a mi habitación de esta casa.
Los subo a la cama, les quito los tenis, les prendo el aire acondicionado y los acuesto para que vean una película en la gran televisión.

Saco de la mochila de Apolo los jugos y barritas nutritivas y se las pongo en la mesita de alado por si tienen hambre.

Me pongo la bata de laboratorio y estoy por salir pero Helios me habla.

—Papi, ¿no quieres ver la televisión con nosotros?

—Hijo...

—Papá tiene que trabajar —le susurra Apolo sin despegar la vista de la pantalla y se me encoge el corazón cuando escucho lo otro—Papá Hermes no es como papá Brandon, pero ya pronto lo veremos, o eso espero.

Soy humano, tengo corazón, y me duele que mis hijos hayan puesto su ejemplo paterno en otro hombre que no soy yo.
Todo esto es culpa de Elena. Si nunca me hubiera mentido desde un principio las cosas serían diferentes.

Cierro la puerta, me quito la bata y me acuesto a un lado de Helios.
Él muy sonriente se avienta a mi cuello para abrazarme y lo envuelvo en mis brazos.
Me lo pongo encima del pecho y abro el brazo para que Apolo también me abrace pero lo duda; así que lo arrastro del pie hasta tenerlo a mi lado.

—Los quiero mucho, ¿vale? Son mi adoración y tal vez no sea el mejor padre pero ustedes me podrían ayudar a serlo.

—Yo también te quiero papi. —Apolo no dice nada y me acerco a su cabeza para darle un beso.

Suspiro y me enfoco en ver aquellas caricaturas que les puse.

Los minutos se me hacían eternos y aunque el programa fuera aburrido, lo cierto es que disfrutaba estar con ellos aunque sólo estuviéramos en silencio.

Miro mi reloj y me doy cuenta de que ya ha pasado una hora y media y que ya es hora de irme.
Pero cuando salgo de la habitación, ellos vienen detrás de mi en calcetas.

No me gusta traerlos a esta mansión aunque se diviertan. No me gusta porque las cosas han cambiado desde que Ruggero se dedica a la trata de personas y ahora hay esclavas siendo servidumbre.
La única mujer que queda que no es esclava es Amelia y es porque todos le han agarrado un gran aprecio. De ahí en fuera, mujeres con cadenas en el cuello se pasean haciendo los deberes.

Lo más probable es que quieran ir a la alberca porque Apolo lleva su mochila con sus trajes de baños.

Recorro los pasillos y ambos se detienen a admirar la desagradable escena donde Bratt acosa a una de las nuevas esclavas y lo más probable es que la vaya a violar.
Ella pide clemencia, pero Bratt es una persona cruel y no se lo concede.

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora