• CAPÍTULO 25 •

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—Vaya, creí que no llorabas.

—No se lo digan, por favor, se los suplico por el amor a Zeus.

—¿Karol Sevilla suplicando? Esto si es nuevo, ¿Podemos grabar?

—Chicos. Se los ruego. —Era imposible tratar de quitarme las lágrimas porque me seguían saliendo.
Hermes estaría muy decepcionado de mi.

—¿Nos lo ruegas? Yo no te veo de rodillas.

Me tragué mi orgullo. Me tragué mi puto orgullo y me arrodillé ante ellos con el corazón hecho trozos.

—Juro que traté de serle fiel a Ruggero. —El labio me tiembla—Lo hice, le fui fiel hasta apenas hoy que me ganaron los impulsos. —Miento.

—No te creemos.

—No.

—Además no podemos dejarlo pasar. Acaba de decirte que se quiere casar contigo y eso no le gustará a Ruggero. No podemos mentirle.

—Hago lo que me pidan. Estoy dispuesta a todo con tal de tener su silencio.

—Admito que me sorprendiste cuando te pusiste de rodillas en forma de súplica, ¿Tanto así lo amas?

—Si Bratt. Tanto así.

—Qué lástima.

—Vamos a torturarlo bien bonito. —Ambos se empiezan a ir y yo corro tras ellos.

—¡Lo dejaré de ver! ¡Me saldré de la universidad! ¡Dejaré de estudiar pero no le hagan daño!

—Muy tarde. Sube al auto.

—¡Lo prometo! ¡Inventaré una excusa para salirme de la universidad! ¡Lo dejare de ver!

—Sube al auto, Karol.

Las lágrimas se me acabaron pero el pánico seguía en mi.
Me subí al coche, ellos venían atrás conmigo y no paraban de tener una gran sonrisa.

¿Por qué justamente ellos? ¿Por qué mejor no alguna otra persona? ¿Por qué el universo me mandó con los que me llevo tan mal?


No dije nada el resto del trayecto.
Me logré tranquilizar pero no encontraba alguna opción en mi mente que me ayudase con Derek.
Bueno, más bien la única opción era Hermes.
Tal vez si le contaba a mi hermano me ayudaría, pero digo tal vez porque es cincuenta por ciento probable de que él mismo se lo lleve a Ruggero para que lo torturen.

Llegamos a la mansión. Me encuentro callada y no me separo de los chicos pues veo que se dirigen al salón de la élite donde están todos.

Me muerdo la lengua para no llorar de nuevo y ambos chicos se posan frente a Ruggero quien tiene el ceño fruncido porque lo vinieron a molestar.

—Princesa, ¿Quieres que pongamos una biblioteca para que no te quedes hasta tarde? Se te ha pasado la hora de comer.

—Mmmh... Claro.

—No me gusta que te quedes hasta estas horas, te lo prohíbo.

—Bien, entiendo. —Él se percata de que accedí sin molestia y creo que se sorprende.

—Karol, ¿Hay algo que le quieras contar a Ruggero?

—No.

—Dale, sí puedes, o lo haremos nosotros.

—¿Qué tienen para contarme? Díganlo ahora.

—Anda Sevilla, cuéntaselo. —Siento la mirada de todos los demás integrantes sobre mi, incluida la de Hermes—¿No?

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora