45. Abelia

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—¿Kassian? —Abro la puerta—

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—¿Kassian? —Abro la puerta—. ¿Qué haces aquí? Son las 5 de la mañana.

Levanta un dedo.

—En primer lugar, siento mucho haber arrojado dos piedras a tu hogar. Me alegra no haber roto ninguna ventana, de las cuales me hubiera hecho responsable de pagar en caso de no saber medir la poca fuerza que tengo, por supuesto.

Me rasco un ojo. Las lagañas funcionan como pegamento y me cuesta abrirlo.

—Solo arrojaste una piedra —recuerdo.

—Me equivoqué de habitación en un principio. Tu papá abrió la ventana y me dijo que la tuya estaba del otro lado de la casa. —Se encoge de hombros con un sonrojo—. Lo siento por eso.

Río y levanta otro dedo.

—En segundo lugar, lamento despertarte. No es saludable interrumpir las necesarias horas de sueño de nadie, mucho menos de una embarazada. —Levanta un último dedo—. En tercer lugar, como estoy expulsado por unos días de la escuela y castigado en casa en cuanto regrese, quería pasar a desearte un...

Tantea sus bolsillos. De uno saca un encendedor y del otro un mini cupcake de supermercado, esos que vienen en pequeños paquetes dentro de un paquete más grande.

Rasga la bolsa con los dientes y la guarda en su bolsillo, porque por supuesto de Kassian Hensley no contaminaría el medio ambiente arrojándola a la calle.

Levanta el cupcake a la altura de mi boca y luego oprime el encendedor. Una pequeña llama nos ilumina y me quita todo el sueño. Es preciosa la manera en que se refleja en sus ojos color cielo, y también la forma en que sonríe con tanta dulzura.

—Muy feliz cumpleaños, Abelia.

Soplo emocionada. Cuando lo hago, deja de oprimir el encendedor para simular que soplé una vela de verdad y me entrega el cupcake.

—¿Cómo no sería feliz si estás aquí?

No decimos nada más. Nos sostenemos la mirada y espero que sepa cuánto lo aprecio, pero Kassian debe marchar.

Noto que hay un auto esperándolo cuando echa a correr con la mochila de la escuela —¿por qué lleva la mochila a las cinco de la mañana si está expulsado?—, y en el momento en que se baja la ventanilla del conductor, me doy cuenta que su abuela lo trajo. Lo espera con un cigarrillo entre los dientes. Él lo enciende antes de rodear el vehículo a tropezones, despidiéndose al agitar su mano una y otra vez hacia mí, hasta subirse.

La abuela apoya el brazo en el marco de la puerta y me guiña un ojo mientras exhala el humo.

Sonrío y doy un mordisco al cupcake con el amanecer dándome los buenos días.

—Felices 18, Abelia. Lo harás bien —me susurro.

Hoy debo enfrentar al director y a la escuela entera, que ya se enteró del embarazo.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora