19. Abelia

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Siempre que entro a la habitación de Ralph revivo nuestra primera vez hace unos meses

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Siempre que entro a la habitación de Ralph revivo nuestra primera vez hace unos meses. No me arrepiento, pero tampoco me alegra en este instante. Si no hubiéramos tenido una primera vez tampoco hubiera existido una segunda ni tercera, ni la cuarta que trajo consigo una fecundación.

No tenía pensando contarle hoy, pero me sentí no tan asfixiada cuando Kassian se enteró, así que voy respirar un poco mejor cuando le diga a Ralph.

Él tiene que saber porque al final no es mi secreto. Nos pertenece a ambos y es egoísta de mi parte no decirle cuanto antes. Cada segundo que no lo sabe es uno que pierde para asimilarlo y que perdemos juntos para ver qué haremos.

Sale de su cuarto de baño con solo una toalla envuelta alrededor de la cintura. Me besa en su camino al armario. Me digo que es un buen chico. Confío en él y no me echará la culpa, como podría hacer otro.

—¿Quieres que te preste una camiseta para dormir?

—Primero quiero decirte algo.

—¿Pero quieres o no la camiseta?

—Quiero decirte algo —repito más decidida, captando su atención.

El colchón se hunde bajo su peso a mi lado.

—Siempre me dijiste que puedo contarte cualquier cosa, así que después de esto quiero que te sientas libre de contarme cualquier cosa también. Miedos, inseguridades, lo que sea, Ralph...

Espero que asienta, pero no lo hace. Me mira sin expectación en la mirada, como si ya sospechara cuál es el problema. Traga con dificultad, se pasa una mano por la nuca y le doy tiempo para que reúna el coraje que se precisa para oír la confirmación.

—Sabes que te quiero, ¿no? —dice, a lo que le sonrío—. Esto no cambia nada. No tengo arrepentimientos, y aunque fue una mala idea invitar al juego a Kassian y a Ramón, tenía la sensación de que en el fondo ya sabías que me gustan los chicos.

Mi sonrisa brilla por su ausencia esta vez.

Sus últimas cuatro palabras drenan mi mente de cualquier pensamiento coherente. Me toma de la mano y da un apretón a modo de disculpa. Por un minuto entero me dedico a mirarlo y ver el caos que se está desatando, creciendo sin límite en silencio.

Aparto su mano de la mía con la misma lentitud en que hablo:

—Estoy embarazada.

No contesta. Es su turno de mirarme. De forma automática se cambia sin pudor frente a mí, deja una camiseta para que use a modo de pijama en la cama, toma su teléfono y llaves y se va como si yo no existiera.

Tal vez no quiera que exista en este momento.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora