32. Abelia

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Acordé encontrarme con Ralph al final del horario escolar, pero debo desviarme al baño por las náuseas

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Acordé encontrarme con Ralph al final del horario escolar, pero debo desviarme al baño por las náuseas.

Intento disimular en los pasillos, pero apenas atravieso la puerta mis piernas deciden correr, sin dejarme verificar si hay alguien o no en los otros cubículos.

Expulso mi almuerzo y quedo colgando del retrete minutos después, intentando que mi respiración vuelva a la normalidad. Saber que la comida me subió por la garganta es fascinantemente asqueroso y se siente como si mi cuerpo estuviera en guerra contra sí mismo. Se que vomito por una cuestión de hormonas, pero no sé más, aunque debería.

Una gran parte de mí quiere googlear todo sobre el embarazo, ver videos en YouTube de adolescentes que hayan atravesado por lo mismo contando su experiencia y leer libros sobre bebés, pero me estoy reteniendo. Cuesta mucho sabiendo que podría tener respuestas —sean o no correctas—, con solo un click. Si empiezo a hacerlo me obsesionaré, y las obsesiones son peligrosas.

Necesito que Ralph o alguien me detenga cuando me vuelva paranoica autodisgnosticándome o temiendo lo peor.

Limpio mi boca con la manga de mi camiseta y me estiro para tirar de la cadena, pero al escuchar la puerta del baño abrirse seguida de un puñado de risas, me paralizo.

Es impropio de mí. Suelo pensar rápido y no tener miedo de las posibles preguntas u ojos de la gente, pero no me puedo mover.

—Hey, ¿quién anda ahí? —pregunta una de las chicas.

Es Lisa Palacios y su séquito, el grupo en el que no quieres que caiga ninguno de tus secretos.

—¿Te sientes bien? —indaga, pero suena más interesada en un potencial chisme que preocupada.

Me doy cuenta que sabe que estoy en el piso porque una de mis piernas sobresale por debajo de la puerta del cubículo. La flexiono tan rápido como puedo, pero es demasiado tarde, ya vieron mis calentadores. Son mi marca personal porque ya nadie los usa.

Es la primera vez que maldigo no vestir como el resto.

—¡¿Estabas vomitando, Abelia?! —chilla.

Sé que mañana llegaré a clase y todos sospecharán que estoy embrazada, porque solo el 10% de las chicas que encuentras vomitando aquí están enfermas. El resto de las pilladas termina con un niño en brazos. Es estadística.

Quiero ser rápida en mentirles, pero mi boca se siente seca.

—¿Qué crees? —espeta una nueva voz, saliendo del cubículo conjunto—. Puede que tú solo comas hojas como las jirafas en el almuerzo, pero otros somos carnívoros. El pastel de carne de hoy estaba en mal estado. Si no me crees te invito a asomarte a mi retrete. Hay un regalo para ti ahí, cotorra entrometida.

—Eres desagradable —rezonga Lisa, tan asqueada que sospecho que no seré la única en colgar de un inodoro.

Luego de unos minutos donde se oye correr el agua de las lavamanos, el séquito se va y la puerta de mi cubículo se abre despacio. Faith, la misma chica con la que discuto desde que somos niñas y a la que llamo superficial, tira la cadena por mí. Me tiende ambas manos y me ayuda a ponerme de pie.

Nos contemplamos en silencio un segundo.

—Te dije que ya nadie usa calentadores, idiota —regaña.

Sonrío. Recuerdo cuando se burlaba de mí y las veces que le dije a Ralph que no quería tener un cita doble con su amigo y esta chica que se pasa la vida de shopping.

—Gracias por cubrirme.

Se encoge de hombros.

—Diría que para eso están las amigas, pero como tú y yo no lo somos, optaré por decir que para esto están las enemigas ocasionales. Si alguien te va a destruir socialmente, seré yo, no Lisa Palacios.

No dice nada más, pero sus ojos caen en mi estómago y luego en mi rostro. Sabe la verdad y lo único que hace y nunca creí que haría es guardarla. Nos lavamos las manos en silencio y me espera mientras enjuago mi boca. Abre la puerta para mí y salimos al corredor lado a lado, pero sin intercambiar ni una mirada.

A veces la persona con la que más problemas tienes resulta ser la única que puede ayudarte, exactamente porque te conoce lo suficiente de tanto discutir.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora