12. Abelia

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—¡Yo voy, no abras! —grita papá desde el piso de arriba, cuando ya he tomado el dinero que apartó sobre la mesa

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—¡Yo voy, no abras! —grita papá desde el piso de arriba, cuando ya he tomado el dinero que apartó sobre la mesa.

—Hola, Petra. —Abro la puerta—. ¿Qué tal el trabajo?

Nuestra repartidora de confianza se toca la visera de la gorra a modo de saludo. Me entrega la pizza al tiempo que se oyen apurados pasos bajando la escalera.

—Con la propina que me dan cada vez que vengo, diría que muy bien.

Mi padre llega sin aire. Se aferra con una mano al marco de la puerta y con otra a mi hombro.

—¿Te gusta nuestra propina? —pregunta con una ceja arqueada y la voz más grave, sin percatarse de lo mal que suenan sus palabras.

Ya la espantó. Siempre hace lo mismo. A Petra le titubea una sonrisa apretada en los labios y le doy el dinero para sacarla de su miseria: oír coquetear a papá.

—Hasta mañana —me despido empujando a Polo Searle dentro de casa.

Antes de que la puerta llegue a cerrarse, se apresura a gritarle:

—¡Te veo con la de pepino mañana, Petra!

Cierro los ojos y me retuerzo como si me hubieran dado un golpe. A él se le borra la sonrisa del rostro y se pone en cuclillas a mi lado, preocupado.

—Me duele ser tu hija a veces —dijo entre dientes—. Haz que pare, por favor, la humillación es...

Me quita la caja de las manos con un resoplido y va al sofá. Mi risa y yo lo seguimos y nos sentamos junto a él. 

—En verdad necesitas lecciones para ligar. —Tomo un trozo y lo elevo en el aire, probando qué tanto puede estirarse el hilo de queso antes de romperse.

—¡Pues enséñame! —espeta como un niño pequeño, doblando por la mitad una rebanada y dándole un mordisco.

Hasta come pizza de forma errónea. No quiero imaginarme lo que haría con una boca ajena que tiene capacidad de movimiento.

Nos echamos lado a lado, con la caja sobre su estómago mientras vemos un comercial cuya canción ya está tan instalada en mi mente que la tarareo en la ducha y mientras hago la tarea. Creo que se la pegué a Ralph y él al equipo de fútbol. La publicidad es una cadena sin fin.

—Número uno: no pediremos pizza de pepino mañana.

Su asentimiento vacila.

—Porque no es tan rica y hablar de pepinos con la mujer que te gusta es algo vulgar —explico—. Número dos: nada de correr por las escaleras. Si no me dejas hacerlo a mí, tú tampoco lo haces.

—¿Y eso qué tiene que ver con Petra?

—A las mujeres les gusta la igualdad.

No discute.

—Número tres: tienes que buscar un tema de conversación en común.

Él abre la boca y levanto el índice.

—No pueden ser gustos de pizza.

La cierra.

A veces me gusta ser la que da consejos, es divertido que los roles se inviertan.

«Aunque podría que no estén invertidos del todo», pienso mirando mi abdomen. Luego, traslado la mirada a papá. Me pregunto cómo fue capaz de criarme pero no de aprender a controlar su ansiedad alrededor del sexo opuesto, excluyéndome.

¿Cómo pueden los padres saber tanto y tan poco a la vez?

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora