42. Abelia

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Apenas atravieso la puerta de casa, sé que debo contarle

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Apenas atravieso la puerta de casa, sé que debo contarle. El director no tardará en llamarlo.

—Papá.

—¡En la cocina, cariño!

Dejo la mochila en el piso y sigo su voz. Lo encuentro batiendo una especie de crema cuya preparación desató la Tercera Guerra Mundial.

Piso un masa viscosa sin querer, y temo que me caiga algo del techo.

—Hey, ¿te molesta si invito a Petra a cenar? —grita con una sonrisa de oreja a oreja sobre el ruido de la batidora—. Bueno, en realidad, ella nos invita a nosotros porque es la que trae la pizza. Yo me estoy encargando del postre, como ves.

—En realidad...

—¡¿Qué dijiste?!

—¡En realidad...!

—Creo que se llevarán muy bien. A veces hace chistes que no entiendo, como tú, y luego de reírse me los explica sin hacerme sentir un tonto.

Está tan feliz, mierda.

—Yo... —intento.

Frunce el ceño y desenchufa la batidora. Me tiende uno de los batidores de acero para que pruebe la mezcla, como lo hace desde que soy niña.

—¿Crees que quedó muy dulce? —Degusta el otro—. Sí, quedó muy dulce... Ay, demonios, a ella no le gustan los postres muy dulces. ¡Y esto está dulce! Ahora no...

—¡Papá!

Hace silencio. Su pánico culinario es reemplazando por desconcierto mientras espera.

—¿Recuerdas el día que me diste permiso para tener un hámster?

Arquea una ceja, sin saber a dónde va la conversación.

—¿Quieres un hámster?

Niego con la cabeza.

—Tú dijiste que era mi responsabilidad.

Ríe al recordarlo.

—Sí, aunque fuiste algo extremista con el asunto. Ni siquiera me dejaste comprarle el alimento. Hacías collares y pulseras para vendérselas a tus compañeros y así pagar todo tú misma. En verano, pusiste el puesto de limonada con ese cartel lleno de faltas ortográficos, y también le hacías la compra a los ancianos del barrio a cambio de unos centavos.

Me mira con dulzura, y temo que en cuanto le diga lo del embarazo, lo único dulce que haya en este lugar sea esta mezcla viscosa que cuelga del batidor.

—¿Y recuerdas cuando me diste permiso para tener novio?

Abre la boca pero la vuelve a cerrar, sin entender. Su sonrisa se empequeñece y ya no puedo mirarlo a los ojos.

—Dijiste que debía ser responsable. Lo siento, yo... —Se me quiebra la voz y mi vista arde—. No cumplí esa promesa, pero te prometo que esta es mi responsabilidad absoluta. Como el hámster. —Resoplo abrumada porque en mi nerviosismo comparé tener un hijo con tener un hámster—. No te pediré ni un centavo y no deberás cambiar nada de tu vida. Si tengo que marcharme de casa, me marcharé, solo... No me odies. Puedo soportar cualquier cosa, menos que me odie la única persona que amo y me ama.

A continuación, viene la explosión.

Nunca lo vi tan enojado.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora