—¿En serio, papá? ¿Una fractura de pene?
Sus mejillas y cuello se sonrojan y se cubre el rostro con las manos, semi-sentado en la cama del hospital.
—¿Sabes el susto que me dieron cuando me llamaron? ¡Creí que te había arrollado un Jeep o un autobús!
Estoy aliviada, furiosa y asqueada mentalmente por igual.
Me sostiene la mirada con una disculpa escrita en sus dulces ojos grises. Sus cejas se juntan y descienden con vergüenza, pero luego se disparan aterradas al escuchar pasos detrás de mí. Se tensa y me giro para encontrar a Petra, la delivery de pizza, pero esta vez en lugar de pizza hay un ramo de flores entre sus manos.
—¿Tú le fracturaste el pene?
—Fue trabajo en equipo. —Se encoge de hombros, tan incómoda como él.
Mis globos oculares van de uno al otro.
—Abelia, siento haber... —empieza papá.
Levanto una mano y se calla. Camino hacia a ella y establezco contacto visual. Estoy sorprendida.
—Es mi padre y lo amo. —Señalo a mi espalda con el pulgar—. Pero no entiendo cómo te acostaste con el tipo que te coquetea hablando de pepinillos. Necesito una explicación lógica.
A pesar de mi seriedad, la sonrisa de la mujer asoma en sus labios. La mía es un reflejo de la suya, y cuando vemos a papá, está riendo y queriendo que lo trague la tierra a la vez.
—Seguí tus consejos y le hablé de algo más que gustos de pizza —aclara mi progenitor.
—¿De qué?
—De los tipos de caja para pizza.
Miro a Petra con una expresión que dice «Si quieres huir, aún estás a tiempo», pero me sigue hasta que estamos una a cada lado de la cama.
—¿Cómo te sientes? ¿Salió todo bien? ¿Cuándo se curará? —indaga Petra haciendo un ademán con las flores a la entrepierna del paciente.
Mis cejas se arquean ante la última pregunta. La mujer no se anda con rodeos.
—No voy a tener completa función de... —Papá me mira de reojo y se aclara la garganta—. De mi compañero hasta dentro de unas semanas. Lo siento.
—Lo siento, fui yo la que estaba arriba y...
—Nadie quiere saber los detalles —aseguro.
Comparten una sonrisa que me parte y cose el corazón a la vez. Mi padre siempre fue un desastre para las citas y hace mucho tiempo que está solo. No me alegra que haya terminado en el hospital, pero creo que esto lo acercará más a Petra. Sería lindo tener una madrastra con la que puedes conseguir descuento en la pizza, sobre todo si llega a ser mi antojo de embarazada.
Toma una de nuestras manos y les da un apretón de agradecimiento por estar junto a él.
—El dolor físico no se compara al económico. —Ríe—. La cirugía es cara, pero por suerte solo tengo un niño al que mantener. —Me guiña un ojo.
Mi sonrisa vacila. Ya no parece tan gracioso que mi padre se haya fracturado el órgano viril.
Niños que mantener.
Se supone que cuando tienes un hijo debes asegurarte que no le falta nada por al menos los primeros 18 años de su vida. Es mucho, pero apenas comprendemos la magnitud del hecho. Si tiene la oportunidad de ir a la universidad, aún más. Si te necesita en el futuro por algún inconveniente, más y más. Él o ella depende de ti, pero yo a su vez dependo del hombre que está acostado en esta cama y que después de una eternidad al fin se está dedicando un poco de tiempo a sí mismo.
No puedo poner un peso financiero como este sobre él, ni Ralph sobre su madre, pero tampoco puedo trabajar, ir a la escuela y criar un niño al mismo tiempo. Aunque dividiera el tiempo con Ralph, ¿qué haríamos en la universidad donde la carga horaria es más exigente? ¿No tiene uno que posponer sus sueños?
Ni siquiera sé cuál es mi sueño, demonios. Ni tiempo para averiguarlo tuve.
—Hija, no llores, te juro que estoy bien. —Papá besa el dorso de mi mano cuando mis ojos se cristalizan.
Le sonrío con los labios apretados. No puedo decirle del embarazo cuando hace menos de tres horas salió de cirugía, sea o no una de penes.
—Lo sé, papá. Sé que estás bien.
Sin embargo, no lo estarás cuando sepas que serás abuelo.
Lamento haberte decepcionado.
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Lo que grito para tenerte
Teen FictionCallar trajo problemas y hablar no bastó. Es hora de gritar a los cuatro vientos lo que me susurra el corazón.