16. Abelia

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—¡¿A eso le llamas correr?! ¡Se nota que tu mamá nunca te amenazó con un chancla, tortuga! —grita Ramón

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—¡¿A eso le llamas correr?! ¡Se nota que tu mamá nunca te amenazó con un chancla, tortuga! —grita Ramón.

Kassian se cubre el rostro con las manos y Sobb toma de la camiseta a su amigo, obligándolo a sentarse otra vez.

No puedo parar de reír. En los últimos quince minutos he decidido darle el premio a los mejores insultos. Primero porque no involucran malas palabras, y segundo porque hace referencia a cosas que ni siquiera podía concebir como un insulto antes de oírlo:

¡Ni los egipcios tardaron tanto en construir las pirámides!

¡Te taclean más rápido de lo que una avestruz mete su cabezota en la tierra!

¿Por qué saltas tan alto? Te crees que puedes volar cuando eres una gallina, ¡y las gallinas no vuelan, compadre, te equivocaste de especie!

—Tienes el mejor amigo del mundo —digo a Kassian.

—Muchas gracias por herir mis sentimientos —se ofende Sobb, pero de todos modos me pasa la botella de agua.

Mientras bebo ocurren dos cosas. Ralph anota y me doy cuenta que lo que tengo en la boca no es agua, sino vodka. El ardiente y amargo sabor delata mi error. Claro que Sobb encontraría una forma original de pasar escondido alcohol a un juego de preparatoria.

En otra situación, confundir vodka con agua hubiera sido divertido. Para la mayoría de los adolescentes normales lo es.

No trago. Mis mejillas son las de un pez globo mientras observo la botella. La gente alrededor está demasiado ocupada sacudiendo pompones, gritando y abrazándose como darse cuenta de la chica del cabello púrpura paralizada en el tiempo.

No lo escupas. Se darán cuenta. Tú nunca rechazaste una bebida alcohólica en tu vida y Sobb lo sabe, pero no lo tragues.

Las embarazadas no beben. El alcohol no es bueno para los bebés...

Mis ojos, fijos en el líquido, pasan a unos que me examinan con cuidado. Kassian no se mueve ni emite palabra. No parece extrañado de mi comportamiento, pero tampoco tiene la expresión de alguien que lo entiende.

Creo que nos hemos quedado estancados en el tiempo juntos, sin reacción.

Las personas comienzan a sentarse otra vez cuando la euforia desciende. Me pongo de pie y deslizo entre los cuerpos, sabiendo que si me voy luego llamaré aún más la atención. Corro debajo de las gradas y escupo el vodka en la penumbra. Su gusto queda impregnado en mi lengua y la rasco con mis dientes.

Escupo otra vez.

Otra, otra, otra.

Siento que basta una gota para herirlo, y aunque eso no tiene sentido, no sé mucho sobre bebés. Solo soy consciente de que mientras alguien viva dentro de ti, no tiene poder de elección.

Todas tus decisiones le afectan.

—Lo siento —susurro con la frente apoyada en un poste que sostiene las gradas, cerrando los párpados—. Lo olvidé, ¿puedes perdonarme? —susurro.

Me siento cuando mis piernas envían la señal de que no pueden soportar mi peso. Las rodillas me tiemblan y cedo al césped. ¿Cómo es que un error tan pequeño e inesperado pueda estrellarte contra la realidad? Sabía que estaba embarazada, pero saberlo y asumirlo son dos términos diferentes.

Debo cuidarlo porque nadie más podrá hacerlo mientras lo lleve conmigo. Tengo que ponerlo primero porque no es como si pudiera saltar de allí adentro y huir lejos de mí al darse cuenta que siempre pongo mis necesidades antes que las suyas. No tiene a nadie a excepción de mí, y si le doy la espalda y hago como si no existiera, tal vez deje de existir.

Tal vez muera por mi culpa.

¿Pero cómo se protege una vida ajena cuando ni siquiera tienes la certeza de que puedes proteger la tuya?

Independientemente de lo que ocurra cuando esté fuera de mí, tengo que hacerme cargo mientras esté adentro. No quiero abortar. Respeto la decisión de todas aquellas que lo hacen, pero no puedo hacerlo... Solo no.

No puedo hacer nada salvo mirar esta estúpida botella de vodka odiando y agradeciendo que haya sido un puñetazo que rompiera el cristal de negación a través del cual veía el mundo.

Con gentileza, Kassian aparece frente a mí y me quita la botella de la mano. Se sienta a mi lado, cuidadoso de no rozar ni un centímetro de su cuerpo con el mío.

De repente se está tomando la mitad del vodka de una sentada con una expresión de disgusto.

Debo ser un lío de inestabilidad dado que me echo a reír, para nada preparada para verlo ejecutar acto tan mundano de nuestra edad.

Se ríe con voz ronca, sintiendo la garganta en llamas y con rastros de la bebida recorriendo su mentón y cuello, pero aún así acompañándome en este confuso momento donde salta la risa y las lágrimas a la vez.

—Dime que es mi paranoia y de verdad no me gusta una mujer embarazada —susurra, con una sonrisa no tan rota como la mía, pero aún así agridulce.

—Una adolescente embarazada —corrijo, avergonzada.

La risa cesa y ese es el peor momento, porque el silencio siempre invita a romperlo y llenarlo de lamentos.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora