8. Abelia

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Estar listo

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Estar listo.

¿Qué se supone que significa eso?

¿Se puede estar listo para un examen cuando cabe la posibilidad de que te pregunten justo aquella pequeñez que pasaste de largo creyendo que no era importante? ¿Y qué si la pregunta es de esas enrevesadas que debes descrifrar y, encima, lo haces mal?

¿Se puede estar listo para un espectáculo? Porque a pesar de la cantidad de veces que hayas ensayado, siempre puedes caerte. A veces hay factores externos que arruinan la obra.

¿Se puede estar listo para ser padre aunque lo hayas planeado con años de antelación?

Traer una vida implica —o debería implicar—, amar y cuidar a esa persona el resto de tu vida. Es un antes y después. Nuestro mundo está lleno de catástrofes, injusticias y peleas. Es uno de inseguridades. Si traes a alguien a él, sabes que jamás te sentirás tranquilo otra vez. Siempre temerás que algo le sucede, y será peor si su existencia se reduce antes que la tuya.

Todo plan tiene una falla.

El «estar listo» debería especificar que «se está listo para enfrentar lo que se aproxime», no suponer que será un éxito a la primera.

—Estoy harto. —Sobb me sobresalta dejándose caer a mi lado, bajo un árbol del patio en el receso—. Te juro que voy a meterle esos binoculares por el trasero.

Cierro el libro en mi regazo y arqueo una ceja, esperando a que se explique. Es de esas personas que nunca sabe por dónde empezar la historia, así que hace un lío mezclando las secuencias.

—Buen lunes para ti también —replico.

Él se echa de reír y noto que se ha hecho un aro en la nariz. Ya tiene uno en el labio y como tres perforaciones en cada oreja. Vaya a saber uno dónde más tiene agujeros.

—Lo siento, lo siento —se disculpa apresurado, echando con cansancio la cabeza contra el tronco—, pero me está sacando de quicio. El mercado homosexual y bisexual es tan reducido en este puto lugar que los pocos que entran en la categoría, excepto por mí, piensan que debemos ir unos tras otro o vamos a morir solos porque no hay más humanos con nuestras preferencias.

—Yo no creo que sea reducido —apunto—. Dejó de serlo serlo hace tiempo. Es solo que la gente, aún hoy en día, no admite lo que es. Todos negamos admitir algo en voz alta.

Como un embarazo, ese es un buen ejemplo. Algo masoquista de mi parte, sin embargo.

—Ay, no, ahí viene, escóndeme —suplica.

Hay un chico acercándose. Tiene un par de binoculares de caza colgando del cuello y solo una correa de la mochila al hombro. Nunca entendí a esos que no usan las dos. ¿Es mejor verse cool o ser flojo que luego tener dolor de espalda y hombros?

—De acuerdo, métete —susurro apresurada, siguiéndole el juego y abriendo el libro otra vez.

Sobb me mira como si estuviera loca. Yo me rio a su costa. Ojalá puediera saltar dentro de los libros para escapar de la realidad.

—Estamos en veinte hectáreas al aire libre, ¿dónde querías que te escondiera, genio? —Ruedo los ojos, cerrándolo otra vez.

—Tienes un humor terrible, al menos distraelo mientras escapo —dice entre dientes—. Te deberé una, vamos —negocia.

Reprimo unasonrisa y me pongo de pie, yendo al encuentro del latino.

Me debes una inmensa, Sobb.

—Hey, hola —saludo—. Soy Abe...

—Créeme, sé cómo te llamas. —El chico pasa por mi lado, ignorando que le tiendo una mano—. Kassian hablan de ti dormido. Me apareces hasta en la sopa.

Doy media vuelta y veo a Sobb enterrar el rostro entre sus manos. Cuando me mira entre sus dedos, me encojo de hombros. El recién llegado se siente a su lado, señalándolo con el índice con acusación.

—Dijiste que me llamarías pero no lo hiciste —le reprocha.

Esto se está poniendo interesante. Creí que Sobb se estaba quejando de que el chico fuera un pesado, pero es uno con motivos.

—Abelia... —pide auxilio una vez más mi amigo.

Me acerco y recojo mi mochila mientras le regalo una sonrisa de «Tú te lo buscaste, mentiroso».

Debe aprender a lidiar con sus conquistas.

—Diviértanse, chicos. —Estoy a punto de irme cuando recuerdo las palabras—. Disculpa, ¿quién es Kassian?

El moreno hace un ademán con la cabeza al otro lado del patio.

—¿Podrías ser un poco más específico? —pido, observando a la multitud estudiantil.

Él, con un suspiro frustrado y solo queriendo sermonear a Sobb, me pase sus binoculares.

—Tercer árbol, segundo banco a la derecha —informa.

Miro a través del artefacto.

Es el chico del baño.

—Gracias... —Se los devuelvo, esperando que me diga su nombre.

—Ramón, cariño —contesta, complacido de ayudar pero sin quitar los ojos de Sobb—. Ahora, si no te importa, este y yo tenemos unos asuntos privados que discu...

—No se diga más. —Levanto las manos, haciendo oficial mi retirada.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora