33. Kassian

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—¿Estás bien? —pregunta papá cuando me subo a su coche

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—¿Estás bien? —pregunta papá cuando me subo a su coche.

—No, estoy triste. —Suspiro cerrando la puerta.

Ambos vemos a mi madre de brazos cruzados en la puerta de casa. Salió a despedirme. Larson está detrás de ella, tomando sus hombros en un gesto que intenta reconfortarla. Papá los saluda con un asentimiento de cabeza antes de ponernos en marcha.

Desde que Ramón se fue de casa con un portazo ayer, apenas hablé. Subí a mi cuarto y empecé a llorar como si tuviera cinco años. El enojo y la impotencia eran grandes, pero fueron superados por la decepción y el miedo.

Me aterra perder a un amigo, pero puede que ya lo haya hecho. 

Hoy no quise ir a la escuela. Si lo veía, temía querer partirle la cara como ocurrió en casa, y mi expediente no necesita ser manchado por primera vez.

Tenía ganas de ver a Abelia y preguntarle cómo fueron las cosas con Ralph, pero primero debo hacer algo con lo que siento. No quiero que me vea así de mal. No necesita cargar con más de lo que hace, y en caso de que las cosas hayan marchado bien para ellos, no quiero deprimirla. Sé que si me pregunta qué ocurrió no podré morderme la lengua y repetiré todo lo que dijo Ramón.

¿Y si piensa que me estoy aprovechando al menos un poco de su situación? Eso terminaría por destrozarme, porque a esta altura es la única amiga que tengo.

—Tu madre me contó lo que pasó por teléfono —informa Wendell, también conocido como mi progenitor.

Aunque no vivo con él, pasamos todas las vacaciones juntos. Me gusta que no quiera sacarme a acampar o pescar como otros padres, porque odio los insectos y estar sentado en un bote en la silenciosa espera de que a pez se digne a hacernos la tarde interesante es aburridísimo. Nos gusta ir al cine, a clases de cerámica para pintar —somos terribles, pero vamos igual—, y probar cafeterías. Tenemos una lista con cada una que hay en la ciudad y tachamos las que ya visitamos. La meta a largo plazo es probar todo el café que se sirva en el país. Pensar que estamos por tomar uno me alegra un poco.

Ahogar penas en meriendas en lugar de alcohol funciona para mí.

—Estaba seguro que conocía a Ramón, papá. Fue mi ídolo desde el principio y después él mismo se bajó del pedestal con las cosas tan crueles que dijo.

—Las personas son como cubos Rubik. Muestran sus lados de un solo color, hasta que la vida empieza a jugar con ellos y todos los colores se mezclan. Ante cada acontecimiento, algo cambia y nunca podemos volver a verlos como lo hacíamos al principio por más veces que intentemos deshacer su transformación. —Dobla en una esquina y frena ante un semáforo, cuyos colores me quedo mirando—. Esta es una combinación, una cara, que no viste de Ramón antes. Eso no deshace quién fue o puede ser. Tal vez ahora no te guste lo que ves, pero estoy seguro de que se arrepentirá. Dale tiempo para cambiar la posición de sus ideas, o en caso del ejemplo, colores.

Lo miro a los ojos. Los suyos son como la miel. Cuando ves a un tipo como él, ex policía, con corte militar y ese porte de matón, en lo último que piensas es en lo que fabrican las abejas. En realidad, es muy abierto y no teme hablar de sentimientos.

Él me enseñó a ser sincero, o puede que hayamos aprendido juntos. Si fuera por abuela, yo sería un mentiroso de primera.

—Me hirió —recuerdo, aún dolido.

—No conozco a nadie que no haya herido, en menor o mayor medida, a una persona que quiere.

Tiene un punto.

—¿Por qué crees que lastimamos a los que nos importan?

—Tal vez lo hacemos de forma inconsciente para saber precisamente cuánto nos importan. Las relaciones pueden ser más fuertes después de un perdón, Kass.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora