40. Abelia

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—¿Entiendes lo que estoy diciendo, Abelia? —pregunta el director

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—¿Entiendes lo que estoy diciendo, Abelia? —pregunta el director.

Parpadeo aturdida. No porque me cueste procesar la información, sino porque me es imposible creer que en pleno siglo XXI alguien me esté pidiendo lo que este hombre.

—¿Tengo que dejar la escuela porque estoy embarazada? —repito encogida en la silla—. Porque como yo lo veo, es la razón más poderosa para terminarla. ¿Cómo quiere que críe un hijo si no estudio, voy a la universidad y tengo un trabajo estable en el futuro? ¿Tengo que quedarme en casa, renunciar a cualquier meta académica y depender siempre del padre del bebé?

—Tú te buscaste esto, lo siento. —Levanta las palmas en señal de inocencia.

—No puedes encontrar algo que ni siquiera estás buscando —espeto incrédula—. Voy a corregirlo y decir que fue un error. ¿Es mi culpa? Claro. ¿La del padre? Por supuesto. ¿La suya, señor director? También.

Luce ofendido, pero no lo dejo interrumpirme:

—La educación existe porque primeramente lo hace la curiosidad. No puede culpar a ningún humano por ser curioso, tener impulsos y sentir lo que siente. Sin embargo, puede educarlos, y en esta institución no hay una sola clase de Educación Sexual que enseñe algo más que anatomía. ¿Qué hay de las decenas de métodos anticonceptivos tanto femeninos como masculinos y su correcto uso? ¿Qué del higiene, las enfermedades, el consentimiento y las leyes? ¿Qué sobre la orientación sexual, la identidad de género y la afirmación de que cada quien decide sobre su propio cuerpo? ¡¿Por qué nadie me enseñó la forma en que podía comprobar que un preservativo venía fallado o que podía quedar embarazada por el maldito líquido preseminal?!

—Son asuntos demasiado personales. Nosotros enseñamos lo que dicta el programa. La familia debe tratar con esos...

—¿Usted le habla a su hija, Lisa Palacios, sobre estas cosas, señor director?

Palidece.

—No, pero...

—¿Le deja la charla a su esposa? No debería, y en mi caso no tengo madre. ¿Cree que su hija es sexualmente activa? Quién sabe, pero eso no quita que debería ser educada para cuando decida serlo. —Lisa se acuesta con media escuela, pero eso no importa y no voy a tirarla a los lobos frente a su padre—. La educación debe venir de casa, de la escuela y de uno mismo al informarse saciando sus preguntas con otros profesionales de la salud. Sino, ocurre esto. —Me pongo de pie y me levanto la blusa para mostrarle mi estómago ligeramente redondeado.

El hombre aparta la vista, incómodo.

—Abelia, cúbrete —ordena—. No hay por qué seguir discutiendo. Solo te estoy sugiriendo que vayas a la escuela nocturna para no incentivar a tus compañeras a terminar como tú.

Mis ojos se cristalizan. Lo peor de todo, es que entiendo por qué lo dice. Sin embargo, él no hace el esfuerzo de entenderme a mí.

—¡Los errores no buscan incentivar, sino prevenir! Callar una historia es dejar que se repita, y no voy a dejar que usted ni nadie me obligue a esconderme. ¿Cree que le voy a traer vergüenza a la escuela? ¡Pues vergüenza es la que debería sentir usted por esconder problemas tan graves como la falta de enseñanza sexual bajo la alfombra! —Dejo caer los brazos y tomo mi mochila antes de dirigirme a al puerta—. Hay adolescentes que no pueden hablar con sus padres. Hay adolescentes sin padres. Hay adolescentes sin nadie. Lo quiera o no, ser educador implica enseñar que una buena sociedad se construye con ayuda mutua, y que ninguno de ellos debe tener miedo de pedirla. Espero que cuando mi hijo tenga mi edad, este problema ya esté resuelto.

Doy un portazo.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora