Siempre tuve una atracción por el tamaño de las cosas, sobre todo en lo que respecta a cómo se siente la gente con ello.
Tengo una vecina que se llama Layla, quien parece incómoda alrededor de las chicas de su edad. Dice que ella es demasiado grande, y que estar rodeada de gente que no lo es la hace sentir torpe y avergonzada. Sin embargo, el vecino al otro lado de la calle, Freddie, la hace sentir diminuta porque le lleva dos cabezas y demasiado músculo; a su vez, la hermana menor de él tiene el tamaño de una hormiga, pero parece llenar todo el espacio cuando entra a una habitación.
Los tamaños, en sí, no tienen nada de malo. Que sean difíciles de manejar en un lugar como el que vivimos es diferente. Que nos hagan sentir de una determinada manera es algo subjetivo.
Miro la pastilla en el centro de mi palma. Es más pequeña que una pasa de uva. No se supone que algo tan insignificante pueda hacer tambalear a otro algo como yo.
A veces desearía no ser capaz de otorgarle un valor sentimental a los objetos. Me enojo con ellos, porque a pesar de que puedo romperlos, guardarlos o lanzarlos, no pueden devolverme el golpe. Literalmente no hacen nada porque... Bueno, no son animados, entonces recae en ti todo: qué haces con ellos, cuándo, dónde y por qué. Lo peor es que luego la acción te persigue. ¿Cuántos lloran por una carta de amor que rompieron estando enojados? ¿Cuántos padres lamentan haber roto el juguete de su hijo porque ya los tenía cansados?
La pastilla que tengo en la mano es de frutilla, una golosina. El frasco que compré esta mañana en el supermercado se mantiene intacto en mi bolso de maquillaje. En otra ocasión ya me lo hubiera acabado. Ralph y yo, en realidad. Yo tiraría las pastillas al cielo y él trataría de atraparlas en el aire, excepto por las de manzana verde, porque esas no le gustan.
—¿Cómo es que algo tan pequeño puede hacer algo tan... significativo? —susurro rotándola entre mis dedos, asombrada y asustada a la vez.
Me lanzo la pastilla a la boca. El sabor a frutilla se esparce de a poco en mi paladar y sostengo mi mirada en el espejo.
Trágatela. Cómela. Mastícala. Sacúdela con la lengua. ¡Haz algo!
Es pequeña, pero he puesto tantos pensamientos en ella que ha crecido de alguna forma, no en apariencia. Crece su significado en mi cabeza.
Las escupo en el lavamanos antes de abrir el grifo y, desesperadamente, acunar mis manos bajo él y llevarme agua a la boca. No me detengo hasta que el sabor se quita y el corazón me late a toda velocidad.
¿Cómo se supone que voy a tragar una pastilla del mismo aspecto que esta sabiendo lo que hará en mi cuerpo? ¿Quiero que lo haga de verdad? ¿Importa lo que pueda llegar a decir Ralph? ¿Y qué con mi familia? ¿Qué conmigo después?
Me limpio el mentón húmedo con el dorso de la mano y agarro mi mochila, yendo rápidamente hacia la puerta. Si llego tarde a clase sabrán que algo anda mal con...
Maldigo cuando, al empujar la puerta, la golpeo contra algo macizo.
Es la frente de alguien, creo.
El chico gime y se agarra la nariz, retrocediendo ante el impacto.
No puedo creer que estaba tratando de escuchar lo que sucedía en el baño.
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Lo que grito para tenerte
Teen FictionCallar trajo problemas y hablar no bastó. Es hora de gritar a los cuatro vientos lo que me susurra el corazón.