9. Kassian

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Tengo una sándwich de queso

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Tengo una sándwich de queso.

Es lo más nutritivo que he traído a la escuela desde que tengo memoria. La máquina expendedora se pondrá celosa y probablemente me recrimine la infidelidad quedándose con mi cambio la próxima vez.

Estoy a medio centímetro de darle un mordisco cuando veo el cabello púrpura. Su trayectoria es recta, así que echo una mirada sobre mi hombro para saber si irá a hablar con alguien detrás mío, pero no hay nada más que un árbol.

A menos que tenga el poder de una princesa de Disney, logre cantar —me encantaría oírla—, y haga salir ardillas del tronco hueco y pájaros de la copa, tiene que estar viniendo por mí.

«¡Deja el sándwich! ¡Compórtate casual!», me digo antes de dejar mi almuerzo dentro del tupper otra vez y limpiar las migajas de mis manos en mis pantalones.

No sé qué hacer con ellas luego, así que las entrelazo sobre la mesa.

«De acuerdo, ahora pareces un abogado que está por ver a su cliente. Demasiado serio, relájate».

Cruzo una pierna sobre la otra y pongo los brazos en jarras.

«¿Eres su mamá a punto de darle un sermón? Dios, eres fatal. Para alguien que siempre carga un diccionario en la mochila no conoces ni un definición, mucho menos la de casual».

Vuelvo a agarrar el sándwich, en crisis.

Le doy un bocado inmenso para calmar mi ansiedad con el queso, al tiempo que ella se detiene frente a mí.

«Ahora eres un ratón, genial.»

—Hey, hola, ¿puedo sentarme? —pregunta.

Me atraganto.

No estaba preparado para eso.

Empiezo a toser y ella me observa preocupada antes de rodear rápidamente la mesa y abrazarme por detrás, con sus manos echas un puño en la boca de mi estómago. Presiona, haciéndome rebotar en el banco, y repite la acción mientras siento mis mejillas arder y me cuesta respirar.

Un trozo de queso sale disparado lejos y recobro el aire, inhalando superficialmente.

—¿Estás bien? —Se apresura a sentarse a mi lado, con su mano trazando círculos en mi espalda.

Voy a morir, es un hecho.

Felizmente humillado, pero sobre todo feliz

Asiento y tengo que reprimir la necesidad de cerrar los párpados y agitar una pierna como un can, complacido con la caricia.

—Tu amigo Ramón me dijo que te llamas Kassian.

—Sí, así me puso mi mamá.

Eso puede haber sonado ñoño o sarcástico. ¿Cuándo dejaré de cavar mi propia tumba con mi conducta?

—Soy Abelia. —Se ríe de mi comentario—. Es la flor favorita de mi papá. Supuestamente es salvaje y delicada a la vez, creciendo al borde de la carretera, sin ser notada, y luego expandiéndose hasta adueñarse de los campos.

Podría escucharla hablar todo el día. He esperado esto por años.

—Me gustas, Abelia —digo sin pensar, y sus cejas se arquean con sorpresa—. ¡No, perdón! He... he querido decir que me gustan las amapolas. Las flores, no tú —explico—. Aunque podrías gustarme, no es como si no fueras agradable y linda e inteligente, pero no lo haces. Tienes novio.

—Te estás sonrojado —señala, tranquila.

No puedo luchar contra la evidencia corporal, así que me rindo.

—Sí, me gustas, lo admito. —Suspiro, escondiendo el rostro entre las manos, sintiéndome patético—. No sé qué significa mi nombre, pero debería ser algo relacionado con perder el control vocal y hacer declaraciones sin pensar.

Cuando la miro, sus ojos grises parecen plateados. Brillan divertidos.

—Me agrada tu honestidad, ya te lo dije —dice—. ¿Me compartes algo del sándwich? Preferentemente la parte que no expulsaste de tu garganta.

Noto lo que está haciendo. Otra persona hubiera comenzando a preguntar cosas como «¿Desde hace cuánto te gusto? ¿Por qué? ¿No ibas a decírmelo?». Querrían saber detalles que te pondrían incómodo solo para satisfacer su curiosidad y agrandar un poco su ego —de buena manera, creo—, pero no ella.

Compartimos lo que queda del sándwich en silencio.

En verdad estoy tratando de reprimir mi sonrisa, pero la maldita se me escapa.

La abuela no creyó que llegaría tan lejos, pero a veces perder la dignidad lleva a grandes lugares.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora