30. Kassian

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—¡¿Cómo te atreves a decir eso?! —espeto estrellando mi puño contra su mejilla—

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—¡¿Cómo te atreves a decir eso?! —espeto estrellando mi puño contra su mejilla—. ¡No soy así! ¡Jamás desearía que muriera un bebé ni nadie!

Vuelvo a golpearlo.

Lo odio. Odio que haya dicho las palabras que rompieran nuestra amistad, porque después de escucharlo sé que no puedo ser su amigo. Odio quererlo. Odio pensar, decir y expresar con cada golpe que lo odio sintiendo que lo quiero, porque es así; lo quiero tanto que me saltan las lágrimas de impotencia y termino sollozando sobre él.

—¡No puedes ser tan cruel! —Lo sacudo por los hombros—. ¡No puedes ser mi mejor amigo si piensas así!

La habitual travesura de sus ojos fue reemplazada por una cólera tranquila. Respira con dificultad y sangre sale de su nariz, pero me sostiene la mirada.

—Entonces no lo seré —dice entre dientes.

Antes de que pueda apartarme siento brazos alrededor de mi cintura. Mi padrastro me alza y lleva al otro lado de la cocina y mi madre intenta ayudar a Ramón a levantarse, pero él la aparta con un ademán furioso.

A mamá le duele el gesto, lo sé por la forma en que se encoge.

Mi familia guarda silencio incluso después de escuchar el portazo con el que se despide.

A veces, si tienes suerte, encuentras a alguien que te hace sentir normal. No extraordinario. Vivir todo el tiempo queriendo sentirse especial es imposible. Sin embargo, resulta que para mí sentirse normal es más difícil que sentirse extraordinario. Siendo normal encajas en algún sitio, mientras lo anormal destaca por no poder encajar. Ramón me dio una amistad normal, un rompecabezas de dos piezas; ahora que se lleva la suya, estoy extraordinariamente solo.

Larson me abraza y mamá me mira con tristeza. La familia es fruto del azar, pero los amigos son una decisión. Ramón fue la mejor que tomé, pero ahora puede que también la peor porque nunca experimenté un dolor como este; arde, tira, aprieta, quema, congela, comprime y rompe, una y otra vez.

Los mejores amigos dejan vacíos irreemplazables, sea por una hora o cien años.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora