23. Kassian

8.4K 2K 752
                                    

—Arriba, muchacho

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Arriba, muchacho.

Nada bueno sucede cuando mi madre me despierta a mitad de la noche, ya sea sin querer —me enteré que Santa no existía cuando tropezó con los regalos que estaba poniendo bajo el árbol—, o intencionalmente, como cuando le agarró hambre a las tres de la mañana y aún medio dormida quemó el arroz, se activó la alarma de humo y me arrastró a la calle por miedo a que se incendiara la casa.

—¿Prendiste fuego algo? —pregunto con un bostezo.

Enciende la lámpara de luz que amenaza con dejarme ceguera perpetua y me toma por las mejillas. Hace esto cuando quiere que la mire a los ojos y no a mi teléfono o mis dibujos, por lo que debe ser algo serio.

—No me trate de pirómana que soy su madre, señor —reprocha.

—Hay madres pirómanas en el mundo, no serías la primera.

—Esa es una respuesta digna de tu abuela. Te prohibiré pasar tiempo de calidad con ella si no bajas cuanto antes.

—Mamá... —Me quejo haciendo un ademán al despertador digital—. Son las doce y media, por favor, déjame dormir. Moléstame por la mañana, como la mayoría de las madres.

—Amapola está aquí. Dijo que no sabía a dónde más ir.

Salto de la cama y corro escaleras abajo para encontrar a Larson, mi padrastro, tendiendo una taza de té a la chica de cabello púrpura, sentada en mi sala.  Jamás había bajado tan rápido, ni siquiera cuando creí que estaba por pillar a Santa en lugar de a mi madre o cuando esta exageró diciendo que la casa estaba en llamas.

—Hola —digo, porque no sé qué más decir.

No contesta, pero me mira con las cejas enarcadas. Larson también, pero al instante se recupera de la sorpresa y comienza a gesticular con desesperación un «Cúbrete, cúbrete, cúbrete». Bajo la mirada y me encuentro con una tienda de campaña en mis calzoncillos amarillo fósforito.

No sé si me apena más la tienda o el color fósforito.

Por este motivo las mamás deberían dejar de comprar la ropa interior de sus hijos y los hijos tendrían que dejar de ser tan perezosos e ir de compras solos. Sin embargo, no es culpa de mi progenitora que mi mejor amigo —no hablo de Ramón— esté de buen humor. Estaba soñando con algo muy erótico que ya no recuerdo.

Alcanzo lo primero que encuentro para cubrirme: la tapa de una olla de la mesada.

Larson se cubre los ojos con una mano, padeciendo vergüenza ajena. 

—¿Me darías un minuto? —pregunto a la chica—. Me pondré algo menos revelador, pero por favor, no malinterpretes esto. —Levanto la tapa pero la vuelvo a bajar al ser consciente de que la tienda no se distendió.

 —Ya te dije que las erecciones son normales, Kass —se entromete mamá, dándome unas palmaditas en el hombro.

—¿Puedes llevártela? —Ruego a al hombre, que reprime una sonrisa al asentir.

Se acerca, la toma de la mano y lleva a su habitación mientras ella protesta.

—Dame un minuto —pido a Amapola, quien sorbe el té y continuar arqueando las cejas sobre la taza.

Me aseguro que Larson encerró a la némesis de mi dignidad con él tras ponerme los pantalones de pijama, arreglar un poco el desastre de mi cabello y correr abajo otra vez.

Mi amor correspondido en otra vida está sentada en mi sofá. Esto es mejor que todos los sueños eróticos de todos los adolescentes del mundo compilados en una película.

Al menos lo es hasta menciona a Ralph.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora