7. Kassian

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—Tienes cara de estúpido —dice Betty

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—Tienes cara de estúpido —dice Betty.

—Ya lo sabía, pero muchas gracias por confirmarlo en voz alta, abuela. —La señalo con el tenedor, antes de dar el último bocado.

Dos veces a la semana, me pasa a buscar por la preparatoria para ir a almorzar a algún lugar donde simplemente sentarte ya te cuesta medio riñón. Lo bueno es que invita ella.

—Lo que quise decir es que se te nota en el rostro que Cupido te metió una flecha por el trasero —corrige con una sonrisa maliciosa mientras se lleva la copa de vino a los labios.

—Compórtate antes de que nos echen, por favor —pido sintiendo mis mejillas calentarse al ver que caen un par de ojos disgustados en nosotros—. Y sí, fui objetivo de Cupido, pero hace mucho tiempo. Hoy fue la primera vez que hablamos.

—Diré lo que quiera porque soy la que más deja propina en este lugar. Además, las palabrotas no discriminan clases sociales, Kassian. Ahora, cuéntame sobre la chica que vamos a sobornar para que vaya contigo al baile.

Mis cejas se disparan con sorpresa.

—Número uno, tiene novio —señalo—. Número dos, no voy a ir al baile. Número tres, si fuera a ir y ella no estuviera en una relación... ¿No crees que sería capaz de invitarla y ella podría, al menos remotamente, acceder?

—Vestido así no lo creo. —Mira mi camiseta de los viejos Looney Tunes y mi corbata.

Uso una corbata negra con lo que sea que traiga puesto desde que soy más pequeño. Me gusta, me hace sentir un poco más grande. No en la escuela —eso llamaría la atención y no tengo ganas de hacerlo—, pero sí fuera de ella. La única vez que me animé a llevarla tenía doce, y dos chicos comenzaron a molestarme y tiraron de ella, haciendo que me golpee la pera contra un banco.

A partir de ahí, nunca más.

—Eres una abuela terrible.

—Y tú un nieto sin clase. —Se encoge de hombros.

—Me visto como un adolescente promedio exceptuando la corbata, y no soy yo el que anda diciendo groserías en los restaurantes.

—Buen punto. —Bebe un sorbo—. Prosigamos entonces, cuéntame sobre la chica.

—Se llama Abelia y...

—¿Abelia? —inquiere incrédula, frunciendo los labios.

—Yo me llamo Kassian, no puedes decir nada al respecto —advierto, sabiendo que está por criticar.

—Puedo decir que tu madre y la suya tienen un pésimo gusto para la elección de nombres de bebés.

—El asunto es —digo ignorando lo último—, que hoy hablamos, por eso estoy contento, y teniendo en cuenta que la conversación comenzó porque estaba tratando de oír lo que hacía en el baño, creo que resultó medianamente bien.

En sus ojos celestes, en lugar de haber horror, hay gracia.

—Lo siguiente que diré sí será una confirmación en voz alta, cariño —advierte, limpiándose con una servilleta la comisura de los labios—: Eres maravilloso.

—¿Maravilloso por tratar de invadir su privacidad? —Arqueo una ceja, perdido.

—Por ser tan... Tú.

Ella chasquea los dedos para que el camarero nos traiga la cuenta.

—De todas formas, mi oferta de sobornarla sigue en pie. No creo que llegues muy lejos espiándola.

Podemos poner eso a prueba.

Lo que grito para tenerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora