Han pasado dos días y parezco estar mucho mejor. Me han trasladado a una habitación de cuidados intermedios y mi mamá no se ha separado de mi un solo momento. Las noches han sido una tortura para las dos pues el viejo sofá de mi nueva habitación es el mueble más incómodo jamás fabricado en la historia y se nota que ella lo ha estado pasando fatal, así que cuando las enfermeras dan su última ronda nos las arreglamos para que ella pueda acomodarse en la cama conmigo y dormir cómoda un par de horas.
Papá la reemplaza en las mañanas para que ella pueda ir a descansar, bañarse y comer antes de volver en la noche.
Me siento enormemente agradecida por tenerlos aquí, pero también malditamente culpable, porque todo esto es mi culpa.
La situación fue como una bola de nieve que creció hasta que se convirtió en una tormenta que casi acaba con mi frágil existencia: resulta que aparentemente sobrepase la dosis máxima permitida de laxantes y diuréticos para un ser humano promedio, que, acompañados con mi "dieta" y mi metabolismo ineficiente crearon un pólipo juvenil dentro de mi colon ascendente justo sobre la vena intestinal.
Lo peor de toda la situación es que después de unos cuantos días de intentar usar mi tubo gástrico casi obsoleto por el desuso, el nuevo integrante de mi colón explotó como fuegos artificiales, pero en lugar de chispas de colores y pólvora desató una hemorragia interna que eliminó más de la mitad de mi sangre corporal en menos de cinco horas. Según los médicos un disparo hubiera resultado menos peligroso.
La hemorragia causó un caso severo de hipoxia a nivel general en mi cuerpo, impidiendo la llegada de oxígeno a tejidos vitales, como el cerebro o mis pulmones. Resulta que el sueño comatoso y la dificultad para moverme o respirar no era más que mi cuerpo tratando de informarme que la sangre estaba siendo drenada de mi sistema. Afortunadamente mi padre me encontró a tiempo en el baño y con Holden hicieron el tiempo suficiente para traerme aún con vida al hospital. El resto ya es historia.
¿Consecuencias? Claro que las hubo.
De hoy en adelante y hasta el día en que me muera tendré que tomar una cápsula de Óxido férrico diaria para tratar de estabilizar el hierro faltante en mi sistema circulatorio, lo que significa que tendré anemia por el resto de mi vida.
Cómo si no fuera suficiente con la anemia, los doctores se dieron cuenta de que mi tubo gastrointestinal está tan atrofiado por la desnutrición que la nutrición parenteral va a ser mi nueva mejor amiga por al menos un mes más y muy probablemente después de esto siga teniendo problemas como absorción insuficiente de algunas vitaminas, colon irritable, úlceras, reflujo y un sin fin de padecimientos más.
Y la peor consecuencia de todas es que ahora mi anorexia y mi bulimia pasaron a ser tema de dominio público. Doctores y enfermeras se rehúsan a dejarme salir del hospital y me quieren trasladar a un centro de tratamiento para los trastornos de la conducta alimentaria en el centro de Londres.
—Vamos. Muéstrame esos números. —Dice Phoebe. La dueña de la voz serena que me ha cuidado tan materialmente los últimos días.
Gruño y le lanzó una almohada, me rehuso a levantarme de la cama y caminar casi desnuda dos pasillos a la sala de pesaje arrastrando mi catéter y mi sonda nasogástrica.
—Sabes que si no llegas a los cuarenta kilos no podrás salir de aquí. —Llega hasta mi cama y me saca las cobijas dejándome expuesta.
Entre nosotras se ha formado un vínculo especial, ella es una pelirroja natural, blanca como la leche y cubierta de pecas por todos lados. Calculo que está en la mitad de sus treinta, pero conmigo se comporta como una hermana mayor.
—¿Irme y dejarte aquí sola? —Pregunto expresando mi dolor. —No me lo perdonaría.
—Vamos Erin no juegues conmigo. Sabes que tienes que hacerlo.
—Pero es humillante, Phoebe. No tienes ni idea de lo humillante que es.
—Si lo sé. —Susurra y se sienta junto a mí, acariciando mi espalda. —Si pudiera mover los equipos hasta aquí lo haría ya mismo, pero el hospital me lo ha prohibido.
—Lo sé. —Le digo. De todas las personas en este hospital ella es la única que ha logrado conseguir mi confianza, y a pesar de que en un par de horas no la volveré a ver, ha logrado ganarse mi cariño. —De todas formas sé que debo estar llegando a los cuarenta y tantos kilos. Es imposible no hacerlo, dado el hecho de que me están engordando como pavo para navidad. —Protesto y señalo la sonda nasogástrica que se extiende dolorosamente dentro de mi cuerpo.
—Vamos a averiguarlo. —Me dice y sin más remedio caminamos hacia la habitación de pesaje al fondo del edificio.
Me subo a la balanza cubierta solamente con mi bata de hospital que deja mi trasero expuesto al aire y Phoebe hace su magia con los indicadores a mis espaldas.
Por motivos de mi salud mental no me permiten pesarme de frente, así evito ver el número y sufrir un ataque de pánico, de nuevo.
Phoebe escribe el número en su libreta y me dirige de nuevo a la habitación.
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Caída Libre. [TERMINADA]
Ficção AdolescenteLos maestros suelen decir que existen diferentes tipos de inteligencia: Hay inteligencia musical, artística, académica, intra e interpersonal, etcétera. Y Erin es una chica bastante inteligente, pero no entra en ninguna de esas categorías. La inteli...